* Por Juan Cruz Komar,
jugador de Talleres
Quizá por el empuje de mis padres, ambos docentes, me tocó informarme, interiorizarme y preocuparme respecto a ciertas problemáticas sociales que trascienden al fútbol y a la televisión. Porque sí, muchas veces existe una bajada de línea que nos hace ver como enemigos a quienes están oprimidos, cuando la realidad indica precisamente lo contrario: nuestros quilombos suelen caer desde bien arriba, entre los gritos que pegan sus billeteras…
¡Pero qué peligroso, pibitos con viseras!
Viviendo, leyendo, caminando y visitando barrios, escuché vocesitas, escuché ruiditos y escuché estómagos, en muchos comedores populares como éste que sostiene la asamblea de La Poderosa en el barrio Yapeyú. Hay que conocerlos, como sea, porque sólo ahí se aprenden determinados saberes, incluídas las causas reales de los problemas materiales que suelen atribuirle a la villa, como si fuera un infiero, para nunca revisar la responsabilidad del gobierno. ¿O cómo funciona esa famosa «meritocracia»? Quieren naturalizar que uno tiene lo que se merece, para poder llamar vagos a los que no tienen lo que debieran tener, víctimas de la exclusión y también de una estigmatización terrible. Sin techo, sin pan y sin trabajo, no se presentan tan accesibles las conquistas, ni las oportunidades, ni las compuertas…
Benditos los moralistas, que nacieron con sus necesidades cubiertas.
Todo está cada vez más complicado. Hay gente que no está contenida ni siquiera por las estadísticas, presa del neoliberalismo que habitamos, mientras miramos, compramos y nos educamos dentro de un sistema centrado en la avaricia, que jamás dará el práctico para convalidar esa teoría del derrame que todavía se expande: cuando se llena a full el vaso, agarran un vaso más grande. Y ahí cobran valor ustedes, los poderosos que supieron formar sus redes, por encima de la virtualidad y la desigualdad, como pude verlo yo con mis propios ojos acá, en el Yape, donde vendrían muy bien las donaciones que se puedan hacer de mercadería, ya que los propios vecinos alimentan a otros 300 cada día, entre amenazas de tijeras privatistas que intentan recortar todo, todo, todo, menos el alambre…
Estamos hablando de familias con hambre.
¿Y entonces hacemos caridad? Tal vez sería mejor buscar una solución de verdad, exigirle una respuesta al Estado ausente, para que abrir merenderos no sea moneda corriente en los barrios de los trabajadores. ¿La redistribución? No les importa, están demasiado ocupados repartiéndose los pedazos de torta, mientras otros andamos reclamándoles donaciones por los rincones y soñando con el cierre de todos los comedores, pero no por falta de mercadería, sino haber alcanzado un techo y una utopía que atrasa: el derecho a poder comer en casa.