* Por Pablo Gentili,
Secretario ejecutivo de CLACSO,
profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
“Aquí hay miles de Lulas. Aquí Lula somos todas. Si lo condenan a él nos condenan a cada una de nosotras”, grita una joven del otro lado de la amplia cerca metálica que han construido alrededor del 4º Tribunal Regional Federal.
Porto Alegre está inundada de jóvenes, de campesinos, de trabajadores y trabajadoras, de docentes, de activistas sociales, de mujeres, de negros y de negras, de favelados y faveladas, de estudiantes y de gente que nunca pudo terminar de estudiar. Han ido a prestar su solidaridad al ex presidente Lula. Han marchado desde el día anterior y desde lejos, muy lejos. Se amontonan en las inmediaciones del tribunal, esperando lo que todos saben que será la crónica de una sentencia anunciada.
Lula es un dirigente político de izquierda. Quizás, el más importante de la historia latinoamericana contemporánea. Su llegada a la presidencia de la nación más poderosa de América Latina ha marcado un quiebre en las formas de dominación, en el obsesivo afán con que las élites de la región tratan de transformar a la democracia en una mueca, en una impostura, en una caricatura de lo que debería ser. Lula llegó a la presidencia de una de las diez naciones más poderosas del planeta y, como él mismo nunca se ha cansado de repetir, si él llegó, podrá llegar mañana cualquier otro trabajador o trabajadora, cualquier otro campesino, cualquier otro obrero metalúrgico, cualquier maestra de cualquier escuela, cualquier médico rural. Eso: cualquiera. La democracia efectiva, la democracia popular, es el dominio de los cualquiera sobre la prepotencia, la arrogancia, el desprecio y la humillación que pretenden imponer los que siempre han sido los dueños del poder: los más ricos o sus obsecuentes y siempre fieles servidores.
Lula no es Lula. Lula es una relación social, Lula es un proceso. Lula es un hito y, claro, Lula es también un mito. Y lo es, porque es quien ha llegado al lugar que los poderosos reservaron para sí mismos o para sus hijos. Lula es un fundador. Visto desde cierto punto de vista, es un colonizador heroico. Ha llegado para ocupar, para desplazar, para recuperar lo que siempre perteneció al pueblo. Para reconquistar eso que siempre le perteneció, pero le habían expropiado, le habían secuestrado: su soberanía, o sea, el derecho a ser dueño de su propia historia.
El inventario de conquistas y realizaciones de los gobiernos de Lula y Dilma es conocido y sería redundante exponerlo aquí. Brasil, en sus gobiernos, se transformó en una nación donde la dignidad y los derechos dejaron de ser el perpetuo patrimonio de los que podían comprarlos o robarlos.
Condenan a Lula porque quieren silenciar, negar, apagar, hacer escarmentar, disciplinar la memoria, acabar con la historia de conquistas populares que ese nordestino pobre e impertinente, sin otra herencia que su dignidad, representa. Lula es un ejemplo, es la demostración de que el muro de privilegios y el monopolio de la impunidad pueden ser derrumbados. El ejemplo de que otra historia, otro futuro, pueden ser construidos colectivamente. Y de que no podemos perder el tiempo en comenzar a hacerlo.
Por eso, no es a Lula al que atacan, es a los millones de Lulas que se están gestando en cada rincón de América Latina. No es la historia de ese pequeño niño que acompañaba y protegía a su madre en una de las regiones más miserables del planeta. Allí, donde la tierra no conoce el agua, pero sí la violencia. Allí, donde los domingos se entierran los niños que han muerto durante la semana. No es Lula el peligro. El peligro son los Lulas que aún no han nacido, pero esperan ansiosos cumplir su destino histórico. Son los Lulas que anidan en las movilizaciones y en cada una de las luchas por los derechos y por la dignidad humana. Son los Lulas que se están pariendo. Son los Lulas que vamos a ser capaces de parir. No es el Lula que conocemos. Son los Lulas que todavía nos quedan por inventar.
Se está condenando un proyecto. Pretenden condenar la aspiración a vivir en una sociedad donde impere la justicia y la igualdad. Pretenden imponer el miedo y la frustración, fuentes de la desmovilización y de la falta de esperanza. No es contra Lula. Es contra nosotros. No es contra Lula, es contra el futuro.
No lo conseguirán.
Porque si te metés con Lula, te metés conmigo. Si te metés con Lula, te metés con cada uno de nosotros, con cada una de nosotras. Pensalo.