20 marzo, 2018
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¡Guarda, estamos pidiendo auxilio!

 

 

Las grietas no dejan de crecer en las paredes que se sacuden cada vez que pasa el premetro. Diez días después de que un incendio furioso arrasara con todo en la casa ubicada en la calle Mariano Acosta al 2800, donde viven tres familias, el abandono del Estado también crece. Cuatro organismos estatales contactados proporcionaron más excusas que soluciones, mientras el reclamo por respuestas se alza en la voz de la asamblea barrial, que trabaja para llenar ese vacío. Ni la Unidad de Gestión e Intervención Social (UGIS), ni la Dirección General de Guardia de Auxilio y Emergencias (DGGAyE).

 

Elías de 3 años y Ximena, de 5, jugaban en su casa, en el barrio Fátima de Villa Soldati, como cada fin de semana. De un momento al otro, algo estalló y se vieron rodeados por las llamas. El fuego llegó hasta el piso de arriba, donde alquila Susana, una mujer muy mayor, que, por suerte o casualidad, esa mañana había salido. Las tres familias que allí viven vieron con desesperación como todas sus pertenencias y su casa, construída gracias al esfuerzo y la ayuda de familiares y vecinos, quedaron convertidas en cenizas.

 

Los primeros en llegar fueron los bomberos del cuartel n°7 y en total, se necesitaron cuatro camiones para apagar el fuego. Después de algunas horas, una funcionaria de la UGIS, bajo la dirección de Gabriel Salas, apareció en el lugar. Luego de ojear rápidamente el panorama, dejó dos colchones, un bolsón de mercadería, y ninguna opción para que pasara la noche la familia que había perdido absolutamente todo. Es más, con la promesa de que en algún momento llegaría la cuadrilla, que UGIS habría pedido, pertenenciente a la Dirección General de Guardia de Auxilio y Emergencias, dirigida por el funcionario Julio Lachavanne, encargada de verificar el estado del edificio en cuestión, y así calificar el grado de riesgo que se corre al habitar la casa. Dicha funcionaria incitó a la familia a firmar un papel que constataba que un arquitecto había estado allí. Pero Rosalía no se dejó llevar por la desesperación, notando que algo olía a mentira, se negó a poner su firma en aquel papel.

 

No se conformarían con el bolsón de comida y los dos colchones que había depositado el programa de acción inmediata Buenos Aires Presente (BAP). Antes de quedarse sentados, el mismo lunes Rosalía se dirigió a la UGIS por una reunión, en la cual la recibieron dos veces sin prestar nombre y apellido. Su fortaleza e insistencia, logró que uno de ellos fuera con ella hasta la casa, allí le aseguró que corrían riesgo de derrumbe las paredes, pero no las vigas ni la losa, por ende, no era prioritario. Ante semejante abandono, un funcionario de la UGIS que se negó a darnos su nombre completo, con total impunidad y desinterés se excusó: «La guardia de auxilio… No sabés si fue, capaz fue y no te diste cuenta. A veces no se presenta porque son así, tienen maneras raras». Pero los ladrillos explotados por el fuego, el humo en el aire y las vigas rotas, fueron evidencia suficiente para que la familia decidiera apretarse esa noche en el cuarto de una vecina, por miedo a que la casa se derrumbara en cualquier momento.

 

Han pasado dos semanas y las familias siguen esperando que el arquitecto de la Guardia de Auxilio aparezca por el barrio para hacer un informe real de lo sucedido. Así mismo no dejan de exigir que el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, a cargo de Guadalupe Tagliaferri, mediante la subsecretaría de Hábitat e Inclusión, bajo el mando de Antonio Demarco, a cargo de la UGIS; efectivice el acompañamiento correspondiente, para que estas familias logren reconstruir su casa, y mientras tanto, descansar en un espacio habitable.

 

La espera se hace eterna, y cada vez que las familias que habitan el terreno salen, se preguntan si al volver lo que queda de su casa seguirá en pie. Lamentablemente, las casas no tienen fecha y hora pautada para un incendio, o un derrumbe y la desesperación de una familia no se posterga.

 

“¿Y cómo puedo hacer yo para que vengan a mi domicilio en este preciso momento? – pregunta Rosalía, dueña de la casa, al jefe del cuartel de bomberos por teléfono- después de tantos días, yo tengo miedo, vivimos en frente de las vías del premetro y cada vez que pasa tiembla todo. La estructura está muy débil, las paredes muy agrietadas. Estoy asustada”.

 

La falta de soluciones y el vacío de respuestas no son cosa nueva, y es frente a eso que se organiza la asamblea vecinal, con una jornada de trabajo comunitario. Juntos, logramos retirar escombros, lijamos paredes quemadas y movimos cielo y tierra para conseguir donaciones de muebles y ropa, la unión y el poder popular son más fuertes que el cinismo del estado.

“Hay un daño estructural grande, pero esperamos que ellos verifiquen para que nos puedan ayudar a poder construir. Nosotros lo construimos entre vecinos, familiares y nos ayudamos. Pero ahora, necesitamos materiales para poder construir abajo para que ella pueda quedarse otra vez” dice Rosalía, haciendo referencia a su prima, quien vivía en la parte más afectada por el fuego.

En los llamados diarios de reclamo a la oficina de UGIS, los funcionarios no dejan de girar en torno a preguntas irrelevantes, para ver si entre ellas encuentra alguna excusa que sirva de justificación al trabajo no realizado en nuestros barrios, o bien apelan a la resignación: «¿Es una villa donde vos vivís? Nosotros nos dedicamos a villas, y si no, hay un problema técnico, yo no podría ni siquiera irte a ver, sería perder tiempo. Yo lo que te puedo decir, de buena voluntad, es que puedo ir a verte mañana y definir si es villa y qué podemos hacer, que probablemente sea poco… Sí puedo aclararte un poco el panorama de ver que podés llegar hacer».

No necesitamos un manual ni un protocolo que nos diga si vivimos o no en una villa, nos alcanza con la mierda que desborda del suelo, porque no tenemos cloacas, o podemos probarlo con cada vecino que tenemos que arrastrar por los pasillos porque son muy angostos para que pasen las ambulancias. Podemos verlo en los cortes de luz y en la falta de agua. Lo sentimos en cada pibe asesinado por las Fuerzas de Seguridad por ser pobre, y en cada piba a quien le ignoran una denuncia en la comisaría. Por sobre todo, se demuestra con el abandono del Estado.

No puede pasar un día más sin que Darío, Yessica, Ximena y Elías tengan un lugar donde dormir, sin que Susana no tema el derrumbe, sin que Rosalía trate de acomodar sus pocos metros cuadrados para cobijar a todos ellos, que allí siguen, de pie. UGIS, BAP y la Guardia de Auxilio se tienen que presentar en la casa afectada para finalizar la revisión del edificio.

¡Basta de violencia institucional en los barrios!

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