24 marzo, 2018
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Reconciliación, ¡las pelotas!

 
 
El primero de marzo de este año, Ivy Cángaro, reconocida periodista tandilense, viajaba desde Buenos Aires hacia su ciudad natal. Durante el recorrido, el micro de la empresa Cóndor Estrella se averió, por lo que los pasajeros tuvieron que descender para esperar la llegada de otro colectivo. La comunicadora nunca se hubiera imaginado con quién se encontraba compartiendo el viaje. Como cualquier ciudadano común, la persona que estaba en camino hacia la ciudad de los salames era Julio Manuel Méndez, civil condenado en 2012 por prestar su quinta para la desaparición y tortura de personas. Entre las víctimas se encuentra Carlos “El Negro” Moreno, abogado laboralista, quien fue fusilado allí. En el juicio por la muerte de Moreno, también fueron condenados los ex militares Julio Alberto Tommasi, Roque Ítalo Pappalardo y José Luis Ojeda, al considerarlos como autores directos de la privación ilegal de libertad, tormentos y homicidio.
 
 
Walter Fernández se encontraba secuestrado en la quinta el día que mataron a Moreno. Dialogamos con él, quien militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y fue desaparecido el 29 de abril de 1977 y llevado a la quinta donde pasó solo dos días. Luego fue trasladado al centro clandestino La Huerta, donde estuvo seis meses. 
 
 
-¿Te acordás cómo fue tu detención?
 – Cómo olvidar… Yo trabajaba en La Industrial, que era una fábrica de planchones. Cuando llegué, me estaban esperando: venían a llevarme. Me fue a buscar la policía en un Falcon negro y me llevaron a la Comisaría Primera, donde me tuvieron dos días. El 1° de mayo me encapucharon, me subieron a un auto y me llevaron a un lugar. Llegamos ahí y nos torturaron. Con el tiempo supe que habíamos estado en la quinta de los Méndez y que esa noche lo habían matado a Moreno.
 
 
-¿Cómo fue el día que lo mataron?
-Sería el dos de mayo, no recuerdo: estando encapuchado perdés la noción del tiempo, y además, hubo un despelote muy grande. A mí me agarraron, me ataron y me tiraron a un patio de cemento. Hacía un frío terrible, escuchábamos gritos, ruidos, autos…  tiros. Llegaba gente que nos pateaba en el suelo. No sé cuánto tiempo después, otra noche, de vuelta: gritos, puteadas y una bala al lado nuestro. Fue cuando mataron a Moreno. Ese quilombo que habíamos escuchando anteriormente, era cuando Moreno se les escapó. Lo escucharon, nos ataron, nos tiraron al cemento y salieron a buscarlo. Los tiros fueron efectuados por José Luis Ojeda, que andaba tirando en el campo. No le podía pegar, porque era malísimo como militar. Lo tuvo que tener de rodillas y afirmarle la pistola en el pecho para lograrlo. Esa misma noche, me bajaron tres dientes de un culatazo. A la larga nos enteramos de que fue Ojeda. Al otro día, con los dientes colgando, nos cargaron de vuelta. Yo sangraba, no sabía que me pasaba debajo de la capucha. Con un dolor insoportable, me meé encima. Como estaba, nos llevaron a la comisaría primera, de vuelta. De ahí nos subieron a un auto y nos llevaron a otro lado que con el tiempo supimos que era La Huerta.
 
 
 
– Sabemos que fue una experiencia muy fuerte, pero para que los lectores comprendan la magnitud del horror, ¿podés recordar cómo era el trato que tenían los militares hacia ustedes?
– Eran variadas las sesiones de las clásicas torturas: la picana en la cama, los simulacros de fusilamiento… También, me ataban peso y me tiraban a un charco de agua con la sensación de que te tiraban en el medio de un arroyo. Una terrible fue cuando me colgaron de dos dedos, yo me imagino que fue con un alambre . Fue en el galponcito donde nos torturaban, que cuando lo fuimos a reconocer me sorprendí, era un un galponcito afuera de la casa donde apenas entrábamos la cama, yo y el tipo que me torturaba. La sensación que tuve, es que estuve diez días colgado y capaz que fueron cinco minutos. Se me empezaron como a desarticular los hombros, fue terrible el dolor. Después se me durmió todo y quedé colgado como un jamón. Una cosa es el miedo, pero ellos eran peores: eran el terror. En La Huerta, me banqué seis meses de torturas de todo tipo, y yo seguía con mis dientes colgando. Ya en un momento me dejaron de doler, hablaba debajo de la capucha y ya me imaginaba los dientes flotando. Después me llevaron al penal de Azul, donde me sacaron la capucha.
 
Los Pibes, una hermosa granja donde corre un arroyito y hay una vegetación abundante y variada, fue testigo de la fuerza de Fernández, la misma que a sus veinte años. Hace treinta años, Walter,  junto a otros compañeros, comenzaron a construir este lugar, que brinda contención a más de cien pibes y pibas de Tandil. Este espacio cuenta con un zoológico y una chacra con la que se abastecen de alimentos. Los chicos y chicas que asisten allí tienen diferentes actividades de acuerdo a su edad y a los trabajos que pueden realizar. Además en el mismo lugar funciona un merendero, distintos talleres y un jardín de infantes llamado “El ángel de la bicicleta”.
 
 
 
 
-¿Por qué creés que sobreviviste?
-En el juicio de Moreno, supusimos que un hecho puntual fue lo que nos salvó la vida. El 3 de mayo o el 4, ni bien desaparece Moreno, sus compañeros y abogado presentaron un habeas corpus y lo tomó el juez Pagliere, que declaró en el juicio. Él fue quien allanó la comisaria primera buscando a Moreno, e hizo el acta con Menéndez, quien era el comisario acá. Le permitieron el acceso y entró a recorrer la comisaria primera buscándolo. Cuando terminó, hizo un informe, el acta, que decía que Moreno no estaba pero que en una de las celdas se encontraban Walter Fernández, Jorge Puggioni y Carlos Saglul, detenidos a disposición del ejército. Entonces Comparato, el juez, me dijo que ese acta es lo que me salvó la vida porque los milicos no me podían desparecer si ya había un acta hecha. 
 
 
 
-¿Qué sentiste el día que condenaron a todos los culpables de las torturas de la quinta?
 -A todos los que no volvieron, los tenía como en una mochila, una carga. El juicio fue descomprimir esa mochila. Hoy la sociedad de Tandil que lo permitió conoce la historia, háganse cargo de lo que pasó y de que los civiles que tomaban helado en el centro y eran unos señores, eran los tipos que prestaban sus casas para que nos torturaran.
 
 
 
-¿Conociste a los hermanos Méndez o tuviste algún tipo de contacto?
-A los Méndez, los conocí después, cuando salí. Enterarme de que andan sueltos, como ciudadanos comunes, me genera bronca, te hace dejar de creer. A mí me costó mucho perder el miedo, que incluso mantuve ya avanzado el gobierno de Alfonsín. Empecé a ganar confianza sólo cuando reabrieron los juicios.
 
 
-¿Qué pensás de que muchos de los genocidas estén en prisión domiciliaria y que incluso no la cumplan?
– Méndez tuvo la posibilidad de juicio, yo fui un testigo, vi junto a él a todos los que me violentaron y todos los cómplices. Tenía abogados defensores, tres jueces, la prensa, todas las garantías. Ninguna de las que nos dieron a nosotros. Lo condenaron, lo mandaron a Marcos Paz y no estaba como estábamos nosotros. En Azul me tuvieron en una celda de aislamiento, de metro y medio por metro y medio. Estaban aparte, todos juntos, tenían acceso a montones de cosas y también tenían atención médica. La Constitución le garantiza todo, pero él tiene que respetar eso. Los jueces tienen que respetar lo que dijeron, el gobierno tiene que patrocinar y apoyar la medida de esos jueces. Creo que también se da en el marco de un modelo de gobierno. Ni bien asumieron estos empezaron: ‘no son treinta mil, son ocho mil’ ‘¿Y los juicios a los montoneros cuándo?’.  Y todos esos comentarios se empezaron a acumular fuertemente y los juicios se van dilatando. El de La Huerta no sé si se hará o no. Los jueces son flojitos porque evidentemente responden al mandamás de turno. Que tenga algún problema de salud, no justifica que el tipo esté en su casa y que se cague de risa de todos nosotros. Y no me preocupa que se burle de mí, me preocupa que se burle de ellos.
 
Mientras decía estas últimas palabras, Walter señalaba las placas de Andrea Calvo, Omar Marocchi, Ricardo Cuesta y Gustavo Yotti, sus compañeros de militancia, que hoy ya no están entre nosotros, por ser víctimas de los años de plomo. Con el peso de ser un sobreviviente y con la fuerza de poder continuar la lucha, Walter afirmó: «Yo quiero encontrar los huesos de Andrea, de Omar y estos hijos de puta saben dónde están». Y sin tomarse un momento para pensar la frase con la que cerraría esta entrevista, concluyó: «Por eso, mientras tanto, reconciliación las pelotas».
 
 
 

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