* Por Marcia Koakoski,
herida en el campamento por Lula,
para La Garganta Poderosa, desde Curitiba.
Hace dos días llegué a Brasil para manifestar mi solidaridad con Lula y reclamar su libertad, participando del campamento que lleva el nombre de su esposa, «Marisa Leticia», donde confluimos personas de distintas banderas, diversas tradiciones, diferentes clases sociales. Un espacio de amor, sumamente agradable, acogedor, con una infraestructura simple y sencilla. Llegué sola, autoconvocada para poner el cuerpo frente a este atropello a toda la región, pero en la madrugada de hoy todo cambió. A las 3 de la madrugada, escuchamos la frenada de un auto y un grupo de personas que gritaba desde adentro: «¡Bolsonaro presidente!», sí, al candidato presidencial fascista. Agredieron e insultaron a quienes estaban protegiendo la entrada, que apenas atinaron a defenderse lanzando fuegos artificiales, para que se asustaran y se alejaran del lugar.
Y sí, se fueron, pero amenazaron con volver “para matar”.
Después del sobresalto que nos despertó, muchos nos mantuvimos adentro de la carpa, mientras la vigilancia seguía adelante y yo estaba realmente alarmada, porque sinceramente les había creido su amenaza. Pues a la media hora fui al baño químico a sólo 20 metros del ingreso y, cuando estaba por salir, escuché los tiros. «¡Baleado!», gritaron. Y no mentían: le pegaron un tiro en el cuello a Jeferson Lima de Menezes, un compañero que todavía permanece internado en grave estado.
Lógicamente, me quedé quieta, preocupada, movilizada, hasta que de repente sentí un golpe muy fuerte contra mi hombro. Miré y no tenía sangre. Por suerte, sólo por suerte, el proyectil que venía hacia mí rozó un baño antes de impactar en mi cuerpo. Fue cuestión de segundos y centímetros, porque cuando explotó la jabonera por el impacto, un pedazo me alcanzó el hombro. Me desesperé: todo estaba oscuro, mientras la gente gritaba porque había un compañero baleado en el piso y nadie sabía cuántos más. Pedían por favor un médico, como si estuviéramos en una guerra donde todos estábamos cuerpo a tierra, pensando que podía terminar todavía peor.
Creo que todavía no tomamos dimensión.
Ya no quedan dudas: existe mucho más que un clima denso permanente acá, en Brasil, con amenazas constantes y la posibilidad de un atentado latente, que se sobredimensiona con lo que pasó hoy. Pero aquí estamos y aquí vamos a estar, ¡no vamos a desistir! Todos, todas, cada uno de nosotros y nosotras resulta fundamental para demostrarle a quienes están de nuestro lado que no están solos. Porque si no estuviéramos gritando aquí con todas nuestras gargantas y nos hubiéramos quedado en casa pasivamente, tal vez no podríamos acreditar la envergadura de semejante amenaza para el país y la región.
Ni lo sueñen.
No vamos a movernos de acá.
Y no van a sacarnos con ninguna razia.
Somos Lula, somos Marielle y somos la Democracia.