3 mayo, 2018
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Despedidos de la Argentina, uníos

 
 
Silvio Eguez, despedido del Ingenio La Esperanza, Jujuy:

“Empecé a trabajar a mis 18 años, haciendo la reparación y el armado de maquinarias. 37 años de antigüedad me atravesaban cuando una patrulla llegó a mi casa y una escribana, al lado de unos oficiales, me dijo que tengo que abandonar la empresa. No entendía nada, sólo sentía bronca. Mis primeros días como desempleado fueron de pura indignación. Hoy en día estoy apoyando a mis compañeros, para que todos los despedidos se reincorporen. Actualmente realizo algunos trabajos de vez en cuando de lo que salga. Me gustaría volver al Ingenio, pero por ahora seguiremos en la lucha. ¡Hasta la reincorporación, siempre!”.

Luis Coronel, despedido de la empresa de fotocopiadora Julver, Formosa:

“Mi rol consistía en realizar trámites administrativos y logística durante 5 años en jornada completa. Sin embargo, en ningún momento tuve los beneficios que por ley me correspondían, como el sueldo completo, aguinaldo o vacaciones pagas. Yo firmaba los recibos de sueldo en los que figuraban los descuentos correspondientes, sólo por cuestiones de necesidad. Ante estas irregularidades y, además, ante sanciones que me imponían, tomé la decisión de iniciar acciones legales. Busqué un abogado y éste, mediante un telegrama laboral, solicitó que se regularicen todas las diferencias acumuladas a lo largo de mi vínculo laboral. La respuesta del empleador fue negativa. En los primeros días sin empleo, se extrañan las actividades diarias, pero tuve que empezar de cero y buscar nuevamente un trabajo,

 

 

Raúl Gorriti, despedido de la Subsecretaría de Agricultura Familiar del Ministerio de Agroindustria, Misiones:

Hace 21 años que mi trabajo era estar junto a las comunidades todos los días para tratar de mejorar la calidad de vida de las familias campesinas a través de sus producciones de las chacras. Después del despido de dos compañeras, yo tenía un mal presentimiento. En la mañana del 26 de abril, quise revisar mi mail laboral, pero no pude ingresar. Entonces, consulté en la parte de informática. La respuesta fue: “Figurás como ‘no activo’, que son quienes no trabajan más para el Ministerio”. Ahí sentí que se me aflojó el cuerpo. Al día siguiente, había una carta documento para mí. Me dio mucha bronca porque son 21 años de trabajo precarizado. Mi principal quebranto es pensar en la angustia de mi familia. Eso es lo más difícil. Ahora no sé qué voy a hacer. ¿A dónde voy a conseguir trabajo? ¡Si tengo 57 años! Con mis otros compañeros despedidos, queremos transformar la indignación en fuerza para denunciar y luchar por nuestra reincorporación”.

 

 

Diego Alberto Tachile, despedido del Proyecto de Educación ESA (Escuela Sale del Aula), del Ministerio de Educación, Misiones:

“Mi rol era de docencia en un taller de teatro, en un proyecto en el cual trabajé durante tres años. Me enteré de mi despido a través de un whatsapp. En ese momento sentí tristeza, desesperación e impotencia. Los primeros días fueron muy preocupantes, por el mismo hecho de la desocupación. Me la pasaba pensando cómo iba a resolver mi situación económica. Actualmente, en mi cotidianeidad, paso la mayor parte del día en mi casa, hablando con mis amigos y conocidos para que me ayuden a conseguir algún trabajo y tratando de que esta situación no me afecte tanto. Todavía nadie me contrató: sólo conseguí trabajos temporales, de los cuales por ahora sobrevivo”.

 

 

Pablo Gabriel Díaz, despedido de Nuncio de Rosa, Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires:

“Hace 18 años que trabajo acá. Mi currículum sólo dice: “Nuncio de Rosa, 18 años de corrido”. Todos hacíamos todo: desde tejer redes y cabos, hasta tareas administrativas y de facturación. Nos avisaron de un día para el otro que era el último mes que trabajaríamos. Según el dueño, “hizo malos negocios, se endeudó con otro emprendimiento y la plata que entraba acá la llevaba para allá”. Así, deslizó como si nada que no tienen para pagar los sueldos ni las indemnizaciones. Todos más o menos sabíamos cómo era el panorama, pero cuando se planteó que trabajábamos hasta fin de mes, hay gente que incluso se largó a llorar. Hay familias, cuentas, deudas. Este es un mal momento económicamente, sobre todo en invierno, porque acá no hay trabajo para nadie. El dueño tiene para estar toda la vida tranquilo, si quiere. Mientras, a nosotros, si no pagamos nuestras cuentas, no nos perdona nadie. Entre los compañeros, tratamos de llevarlo lo mejor posible, siempre unidos”.

 

Nelson Pelliza, despedido de Fanazul, Azul, Provincia de Buenos Aires:

“Mi función era ser operario de servicio de agua y efluentes cloacales. No existió notificación de ningún tipo. El personal llegó a la fábrica encontrándose con una custodia de la Policía Federal que no permitía el ingreso de los trabajadores contratados: sólo ingresaba personal de planta permanente. Fue una sensación de bronca, impotencia y angustia: siempre nos mintieron a nivel nacional, provincial y municipal. Nuestros días desde allí fueron de lucha, con las medidas pensadas para que se nos escuche. Hoy dependo de subsistir a changas para el día a día, y sin poder saldar todas las deudas que tengo”.

 

Cintia Díaz Álvarez, ex-trabajadora de la cooperativa de trabajo frigorífico Uriburu, La Pampa:

“Era administrativa hace 3 años. Siempre que pude hice ese trabajo. No fue un despido: fue decisión unánime de los compañeros por la falta de ingresos económicos disolver la cooperativa. Después de 3 años peleándola, no tuvimos otra opción: el aumento de los gastos era cada vez más fuerte. Mi sensación fue de desilusión, tristeza y bronca. Ahora sigo luchando por conseguir un trabajo de lo que sea. Vendo ropa mes por medio. Cada vez está todo más complicado, y hay días en que la frustración me supera”.

 

Silvia Nassif, 33 años, ex-Becaria del CONICET, Tucumán:

“Durante estos 8 años, el CONICET me pidió “exclusividad”, es decir, no trabajar en otro sector, salvo que sea compatible con un cargo docente simple de 10 horas. En cuanto a lo que yo hacía, mi investigación era en relación al movimiento obrero azucarero tucumano entre las décadas 60 y 70. Lo que estamos peleando ahora es que se nos dé primero el ingreso a la carrera, que es para lo que hemos concursado. En todo caso, hasta que se solucione el conflicto, queremos que nos traten de la misma forma que trataron a los afectados del año pasado: esos compañeros fueron reubicados en las universidades nacionales. Este es el primer mes que no percibo mi salario. Estoy buscando insertarme en las universidades. Una posibilidad es salir del país a través de distintas becas. Pero muchos de nosotros apostamos y queremos quedarnos en Argentina para desarrollar ciencia nacional, y por eso nos organizamos. ¡Seguiremos peleando!”.

 

 

 

Aldana Cuello, despedida del colegio católico Pío XII, La Rioja:

“Era profesora de filosofía de quinto año, cumpliendo 36 hs en la institución. Me enteré de mi despido hace dos meses. El 15 de febrero me llegó la carta documento, pero yo el día anterior había ido a trabajar con total normalidad y nadie me avisó de mi despido. La primera sensación que sentí fue vergüenza por no tener trabajo. Lo peor de todo fue que no me den un justificativo en la carta de despido. Mis primeros días fueron difíciles, porque implicó estar pensando en cómo salir adelante con mi economía. Ahora me quedaron sólo 6hs en una institución la escuela Sagrado corazón de Jesús, pero no pude encontrar otro trabajo después de mí despido”.

 

Alberto Accordino, despedido de la metalúrgica Tapicrom, Mendoza:

Trabajé más de 15 años como soldador calificado en la empresa. Luego de llegar de las vacaciones, me enteré de mi despido. La excusa fue que no había ventas y no me podían seguir pagando el sueldo. La sensación que tuve fue muy triste, porque estuve mucho tiempo en la empresa y me echaban con esa excusa mentirosa. Mis primeros días en mi casa fueron muy raros porque no sabía qué hacer ni cómo seguir ahora. Estoy buscando trabajo todavía, y ya van tres meses. Ahora hago changas hasta que pueda conseguir algo. Veo la situación del país y el panorama está muy difícil. Si no salimos a luchar, no nos va alcanzar ni siquiera para comer”.

 

Franco Vergara, despedido de MAM, Maderas Al Mundo, Neuquén:

“Laburaba preparando láminas para prensar. Hace 18 años que estaba en la fábrica. El 3 de julio de 2017 fuimos a trabajar a las 6 de la mañana y los portones estaban cerrados. El dueño, desde adentro, nos decía que nos teníamos que ir. Nos echaron sin telegrama ni nada. Primero sentí mucha impotencia y bronca, porque veníamos de una temporada que había sido buena a comparación de las anteriores. Aún así, de repente, la empresa “estaba en crisis” y tenían que reducir el personal. Los primeros días fueron de desconcierto, porque decidimos permanecer en la fábrica y no sabíamos cuánto iba a durar este conflicto. Hace diez meses nos podemos sostener gracias a otras organizaciones que nos ayudan y ala comunidad de Neuquén que decidió acompañarnos. Hasta hoy seguimos en lucha, haciendo volanteadas sobre la ruta, informando a la comunidad, pidiendo una colaboración, y si bien no es mucho lo que podemos recaudar, es la manera que podemos mantenernos”.

 

 

Sergio Álvarez, despedido de la Secretaria de Agricultura Familiar, del Ministerio de Agroindustria de la Nación, Catamarca:

“Era técnico de terreno en el NOA, responsable de la asistencia técnica a las comunidades de Pueblos Originarios en la zona Andina y de valles de altura. Hace 12 años realizo este trabajo dentro del Ministerio. Me enteré de mi despido por una lista que los jefes de la Secretaría hicieron circular por whatsapp. Luego nos llegó una carta documento indicando el despido sin ninguna causa. No nos pagan ni siquiera la indemnización. Es indignante y humillante. La sensación es durísima, no se lo deseo a nadie, es horrible y no sabes qué hacer ni qué pensar. Es una sensación de injusticia muy grande. Mis primeros días transcurren comunicándome con las comunidades con quienes trabajo y con la familia, recibiendo el apoyo y solidaridad de todos ellos. Ahora mis días transcurren organizándonos con la familia y con nuestros compañeros de trabajo, todos muy firmes y muy solidarios, dispuestos a revertir la injusticia con mucha energía y con mucha bronca”.

 

Walter Roldán, despedido de Delphi Packard Argentina, San Juan:

“Mi rol era ser inspector especializado y trabajé desde 1996 al 2017. Me enteré de mi despido mediante una notificación. Lo recibí con mucha tristeza y la peleé. Hasta el día de hoy sigo peleando porque todavía no consigo que me paguen la indemnización: conseguí solamente un fondo de desempleo y todavía no tengo trabajo. El Gobierno me ofreció uno, pero para tomarlo debo renunciar al juicio contra la empresa”.

 

Susana Cardoso, despedida de TAMSE-Trolebus, Córdoba:

“Trabajé durante 22 años como operadora de trolebús. Nos despidieron a 168 trabajadores en total, después de un paro en junio de 2017. Protestamos por nuestro salario, por las condiciones laborales y el estado de las unidades, además de la falta de inversión desde el municipio y el vaciamiento de la empresa. En 22 años de trabajo, a veces dejaba de lado mi familia por el trabajo, porque era muy responsable en lo mío. Por eso no entiendo qué pasó. La huelga de hambre duró 2 meses, pero la carpa sigue frente al municipio. Del total de los trabajadores despedidos, sólo 62 choferes han sido reincorporados y más de 30 operadoras fueron tomadas en otras empresas con cero años de antigüedad”.

 

Claudio Campos, despedido de Cargill, Santa Fe:

“Me desempeñé en el sector de descarga de camiones por 5 años, y me enteré por un telegrama de despido que me echaron, pero anteriormente me estuvieron persiguiendo para que me vaya. Los primeros días sin trabajo fueron muy difíciles, con mucha bronca e impotencia, pero también con mucho apoyo de la familia y de los compañeros que nunca nos dejaron solos. Ahora, trabajo no encontramos por ningún lado. Dentro de este rubro, es difícil conseguir trabajo a esta edad”.

Hernán Ledesma, despedido del comedor-tenedor libre «Petra», Entre Ríos:

“Fui despedido el 26 de abril sin telegrama, junto a otras 13 familias. Trabajé cinco años en total, sólo dos de ellos formalmente registrado. El encargado se reunió un miércoles con la Federación Económica, dueña de la propiedad, para negociar la renovación del contrato. Nos avisó que si no había acuerdo, se juntaba el jueves con nosotros para hablar sobre la indemnización. Ese día llegamos y nos encontramos con el salón cerrado. Buscamos a un abogado de urgencia y fuimos al ministerio y al sindicato a avisar de la situación. Es desesperante estar sin trabajo y pensar en las cuentas, la luz, el gas, el alquiler para algunos y con familia, en mi caso. Estamos mal anímicamente. Ya que no fuimos despedidos y pertenecemos a ese salón, las cosas de adentro son nuestras. Es lo único que nos queda”.