5 mayo, 2018
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Resistir siempre tiene sentido

 

 

* Por Sara Rus,
Madre de Plaza de Mayo y sobreviviente del Holocausto,
a 73 años de su segundo nacimiento.

 

 

Todavía veo a los oficiales alemanes entrando a mi casa de Polonia, en 1939. “¿Quién toca acá el violín?”, preguntaron. Y mi madre les respondió orgullosa: “Mi nena, recién está aprendiendo”. No necesitaron saber más. Al instante, reventaron el instrumento contra la mesa, como anticipo del mundo que nos traían. Quizá por eso, con mis 91 años a cuestas, recuerdo mejor que ayer cuando invadieron mi ciudad y cuando me llevaron al gueto de Lodz, donde perdí a un hermanito por el hambre y otro asesinado en un hospital.

 

 

Ahí mismo, sí, ahí mismo me enamoré de Bernardo Rus, que instantáneamente me anotó una fecha en una libreta: 5/5/45. ¿Y eso? Me prometió que si sobrevivíamos me estaría esperando ese día en Argentina. Pero llegado el momento, nos dispersaron a todos. Para mí, fueron seis años de martirio, de trabajo esclavo, con torturas físicas y psicológicas, pasando mucho hambre en los diferentes lugares que recorrí junto a mi mamá. Porque en Birkenau, Auschwitz, nos separaron en filas y nunca más vi a mi papá.

 

 

Un día de 1945, nos pusieron en las famosas “marchas de la muerte”, que tenían como destino final el campo de concentración de Mauthausen. Ambas teníamos más huesos que carne cuando, finalmente, fuimos liberadas por las tropas aliadas, exactamente un 5/5/45. Hoy, 73 años después, veo en el fin de aquella pesadilla el inicio de otra historia. Porque sí, a pesar de todo, pude reunirme con Bernardo para mudarme a la Argentina en 1948, dejando atrás esa oscuridad. Y aunque los médicos alemanes me habían dicho que ya no podría ser mamá, por el grave accidente que sufrí en la fábrica de aviones donde me hicieron trabajar, pude tener aquí a Natalia y Daniel Lázaro Rus.

 

 

Pero no, ahí no terminó el sufrimiento, nunca terminó. Como si sobrevivir al horror de Auschwitz no hubiese sido suficiente, a poco más de un año del comienzo de la dictadura en Argentina, más precisamente el 15 de julio de 1977, recibí el golpe más duro de mi vida. Saliendo de su trabajo como físico nuclear en la Comisión Nacional de Energía Atómica y en plena tesis sobre el uranio en el país, Daniel fue secuestrado y desaparecido por un grupo de tareas. Porque sí, la persecución en Argentina fue más personalizada y a mí me dañó más que los nazis. Me arrancó a mi hijo. Por eso, no promuevo ni acepto ninguna reconciliación, ni perdón. Luché mucho y todavía lo espero, aunque sea para poder sepultarlo. Porque no, no está muerto, ¡está desaparecido!

 

 

Hace algún tiempo ya, un niño me preguntó: “Si tuvieses en frente a Videla, ¿no te darían ganas de matarlo?”. Y me quedé congelada, antes de responderle otra pregunta: «¿Te parezco una asesina?». Yo busco justicia por Daniel y quiero condenados a los culpables. Por eso y para eso, todavía salgo a caminar por lo menos una cuadra en la Plaza de Mayo, cada vez que llega una fecha especial. ¿Si tiene sentido? Resistir siempre tiene sentido y para dejar ese testimonio sagrado es necesario salir a luchar, sin dar ni un solo paso hacia atrás…

 

 

Yo no voy a parar de gritar,
Nunca Más.