¡Necesitamos de tu ayuda para poder sostener el alimento diario básico de 200 vecinos del barrio de Fátima!
Todos los días, después de una jornada de trabajo que empezó a las 11 de la noche del día anterior, Doli llega a su casa, ubicada en la calle Riestra del barrio Fátima, pasadas las 15, un poco apurada, y otro poco preguntándose: Qué va a cocinar hoy, qué le queda.
Pero las mujeres del barrio tienen cancha en esto de resolver las incertidumbres cotidianas, que cuando hay mucha suerte se responden con un guiso de carne con arroz, a veces con unos tallarines, pero muchas otras sólo queda una bolsa de pan fiado con un vaso de leche. Entre todas las respuestas posibles, hay una que siempre queda descartada: “Yo no puedo salir a decirles que no tengo. Vienen chicos descalzos, con frío, que te dicen ‘Doli, hoy no comí’. Aunque sea lo último que tengo para mí, se los voy a dar a ellos”.
Agarrando bien fuerte de la mano a sus 8 paraguayitos, hace 18 años Doli dejó su rancho caliente y húmedo de su tierra natal; hasta el día de hoy, recordando, puede sentir el olor a pasto y mandioca. Sin soltar esas que llegaron con ella, las manos de Doli rápidamente buscaron abrazar a cada pibe o piba que se correteaban los pasillos de su nuevo barrio. “Acá en el barrio no hay ningún lugar a donde puedan ir los chicos o las personas mayores. Eso es lo que quisimos hacer con Isidro, mi hijo”, afirma la vecina.
Caminando y construyendo a la par de su madre, Isidro aprovechaba cada ratito que tenía libre entre sus trabajos, que iban de lunes a lunes, para juntar a esos chicos que para aparecer en los títulos de los noticieros, son negros, vagos, chorros y drogadictos, pero para quienes sacamos la mirada de la prensa amarillista que nos invade, sabemos que se alejan un abismo de la realidad. Con ellos, armaba torneos de futbol, con pancho y gaseosa de premio. “Él creía que los chicos se drogaban porque no tenían una persona con quien hablar. Los chicos no son drogadictos ni quieren robar. ¿Pero cómo van a ir a jugar si no tienen una pelota para patear?” A los chicos que habían tapado el hambre con una bolsa, Isidro los llevaba a su departamento, les dejaba su cama y se acurrucaba en el piso. A esos más chiquitos que temblaban de frío, de miedo, de sueño les daba una campera y un abrazo. Así, recuerda Doli la inmensidad del corazón de su hijo.
Hace tres años, un domingo que lloviznaba, Isidro volvía del trabajo en su moto, cuando un auto que venía demasiado rápido por unos pasillos demasiado chicos, en un barrio demasiado abandonado por el Estado, lo chocó y dejó sin vida. Al dolor inmensurable de una mamá que perdió a un hijo se le suma el desconcierto, la impotencia y la perplejidad de escuchar las mentiras disparadas por la policía.
-Ése seguro venía de tomar y de drogarse.
En míseros 10 minutos todo se había resuelto por debajo de la mesa: Doli se va sin indemnización, sin un “lo siento mucho”, sin una respuesta, o una mano de quienes deberían cuidarnos. Pero en este caso, es tanto el orgullo, la fuerza y la dignidad que no le entran en el cuerpo.
Reconstruyendo el alma y el corazón, con la garra que solo se puede inventar del amor de esa madre a sus hijos, la ilusión de ese lugar que junto a Isidro habían soñado se hizo realidad en el comedor que hoy lleva su nombre. Juntando el último sueldo de su trabajo, vendiendo rifas y armando asaditos para recaudar algo más los fines de semana lograron comprar para esa primer semana, y la otra. Sacando algo más de su bolsillo, otra semana más. Así juntando de a puchitos, entre todos los hijos, mantuvieron a pulmón ese rinconcito de la calle Riestra “No lo hago por mí, es por los chicos”, refuerza Doli.
Aunque la fuerza sea enorme, aunque vuelque todo su amor en cada comida, aunque venga remando a contracorriente desde hace más tiempo que el viaje en barco más largo jamás registrado, es cada vez más difícil encontrarle respuesta a esa adivinanza que hoy ya es odisea: ¿Qué poner en el plato que espera cada día sobre la mesa? “Se está pasando hambre. Antes había más comida, en casa o en la escuela. Hoy los chicos no tienen ni una buena chocolatada, o un café caliente para aguantar el frío.” Doli no va a dormir tranquila hasta estar segura de que todos sus vecinos y vecinas tienen las comidas aseguradas. Y entonces, se preocupará por el barrio de al lado, y luego por los demás pibes de la ciudad. Esta mujer fuerte y combativa entiende perfectamente aquello que clamaba el Che Guevara: «Sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo.»
Los comedores están cada vez más llenos de panzas cada vez más vacías. Las viandas de los colegios son menos, más pequeñas y menos nutritivas; las porciones de los almuerzos se dividen una y mil veces para que una familia entera pueda comer, y la plata para comprar algo que cocinar es casi imposible que pueda rendir. Hoy el comedor Isidro, como tantos otros, no está reconocido por el gobierno, porque las ollas populares organizadas comunitariamente para responder a una necesidad primaria que existe, les significa reconocer la emergencia alimentaria, que se hace más fuerte día a día bajo su responsabilidad. Prefieren esconder el hambre, antes que quedar mal en estadísticas. Y aquellos pocos merenderos y comedores oficializados, poco a poco están siendo vaciados y precarizados, recibiendo hoy la mitad de insumos que llegaban a principio de año, y de menor variedad y calidad.
Pero acá no se rinde nadie, y eso Doli lo tiene bien claro. El año pasado, el mismo mes que, sin avisarle ni explicarle por qué, le recortaron el subsidio de la Ciudadanía porteña, pidió un crédito al banco. ¿Para qué? Para seguir comprando harina, leche, arroz y azúcar para el comedor. Hoy no llega a pagar tal crédito, aún teniendo jornadas laborales de más horas que las totales de un día. “Hay veces que duermo 2 horas, otras que ni duermo. Cada trabajo que hay, lo agarro.” Porque ningún chico que se cruce por el camino de Doli, va a morirse de hambre, de frío. Lo que mata es la impunidad y el olvido, esos que ella sabe combatir con una dosis inmensurable de amor. “Son los mismos chicos del barrio, los que están teniendo hambre, el gobierno le está dando la espalda a su propia gente”.
Frente a un estado que se ausenta y un gobierno que ajusta, nos organizamos para acompañar a Doli en esta lucha, ¡porque no está sola! No podríamos permitirlo.
Para que las ollas de Doli vuelvan a largar ese olorcito a comida que se siente desde los pasillos y los chicos puedan seguir comiendo, necesitamos recaudar los siguientes alimentos, que no estamos pudiendo cubrir solos:
- Leche en polvo
- Azúcar
- Aceite
- Harina
- Alimentos frescos (carnes)
- Alimentos no perecederos
- Alimentos en lata
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