13 junio, 2018
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Ya es grito, que sea ley

 


Aun desde distintas tradiciones, no encontramos mayores disensos: cuando una ministra de Seguridad promete destinar sus mejores esfuerzos al combate de villeros, mapuches y senegaleses, como mínimo, nos está subestimando. Ahora, por si algún distraído hubiera recogido como verdad esas falacias que intentaron instalar con todas las fuerzas del aparato represivo y todos los trolls de su call center televisivo, no queríamos dejar de refrescar nuestra siempre vigente invitación a conocer nuestras redacciones, nuestras casas, nuestras villas, ¡vengan! Pero si alguna situación les genera cualquier tipo de dudas, ¡vengan dos veces! Y si consideran que quizá venimos haciendo algo como el culo, ¡vengan muchas veces! Así, podremos debatir con los pies en el barro y la mirada en los ojos, tal como lo hacemos hace 14 años, en todos los barrios, todas las semanas, en todas las provincias.


¿Y saben qué?
Funciona.


Regidos siempre por consensos y no mayorías, para nosotros hubiera sido imposible hace años asumir una posición mancomunada en relación a la despenalización del aborto, porque diversas tradiciones religiosas, culturales o filosóficas imponían una atmósfera tensa, que parecía insalvable. Gargantas poderosas de aquellas primeras mujeres comprometidas con el poder del movimiento feminista fueron inyectándonos información a fuerza de respeto, para nutrir los primeros pasos compartidos, en un camino abierto que no sólo mejoró nuestras verdades, acotó nuestras distancias. Y no, no llegamos aún a una plataforma unificadora de todas nuestras villas, pero sí de todas nuestras asambleas, 79 asambleas en toda la República Argentina. Poco a poco, debatir en primera persona las consecuencias del aborto clandestino se volvió una rutina de agenda, una dinámica tenaz del ejercicio necesario para poder escuchar y escucharnos. No sólo para reafirmarnos, sino también para reorientarnos.


Y acá estamos,
en vigilia.


Sin renunciar a la condición apartidaria que siempre tuvo nuestro movimiento, justamente por ese vergel de ramificaciones populares que nos constituyen, ante la última instancia definitoria para la mejor democracia que supimos construir pudimos llegar al acuerdo general que nos posicionó poderosamente frente a la peor opción posible para nuestro pueblo. Y dijimos «Macri, jamás». Pues interpelados por otra urgencia que impone la conciencia, hoy sentimos que se juega una definición histórica para la vida de nuestros barrios, una batalla que miles de gargantas vivas y muertas nos obligan a dar, sin cinismo. No pensamos todas lo mismo en relación a la interrupción, ni tampoco a la concepción, ni saldamos nuestros debates todavía, ni tenemos pensado anularlos: el 14, seguiremos discutiendo, escuchando y aprendiendo. Pero ahora, ahora que no podemos quedarnos calladas, ahora necesitamos firmar que no queremos nunca más una vecina muerta en un aborto clandestino. Que mientras continúe este legítimo debate, tantos años como deba durar, ninguna mujer pobre vuelva a enterrar su futuro, simplemente por no poder pagar un cuarto menos oscuro. Sea como sea, seguirán habiendo disensos y seguirán habiendo abortos. Pero hoy, acá, ahora, gracias a la lucha que nunca dejamos de dar, podemos gritar nuestro consenso federal, asentando posición, en la calle y bajo la luna.


Seguro, gratuito, legal.
Y decisión de cada una.

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