por Santos Ruiz, hermano de Mario «Chueco» Ruiz y Gabriel Vaca
Ya pasaron cuatro años de aquel 22 de agosto cuando Mario (o Chueco, como le decíamos con cariño) estaba mostrándome el cartón que había jugado en la quiniela. Cuando cruzó la Avenida Iriarte con mi otro hermano Gabi, dos policías de civil se bajaron de un auto y comenzaron a disparar en pleno día, a quemarropa, sin ninguna razón. Mis hermanos corrieron para alejarse del peligro, pero los policías los persiguieron por los pasillos hasta que a Chueco lo asesinaron de trece tiros, sí ¡trece! Y a Gabi, después de haberle pegado dos balazos, lo remataron en el piso a sangre fría en medio del pasillo.
Todo esto ocurrió frente a mí, que no sabía qué hacer. Yo sufro una enfermedad del corazón y en ese momento me desmayé; mi hermana me tuvo que agarrar para que no me caiga, como me siguen sosteniendo hoy mis hijas Lis y Brisa.
Ellos eran trabajadores, pibes jóvenes. Gabi trabajaba en la remisería y Chueco era empleado en una joyería. Ese día dejaron a tres hijos sin sus padres, dejaron a todo un barrio de luto y ellos siguen impunes porque aún después de la denuncia que comenzamos con mi hermana, la causa no se mueve, está encajonada, como siempre.
Me gustó que estuvieran todos sus compañeros, todos sus amigos y familiares en la misa y la muraleada que hicimos ayer, para recordarlos como eran, alegres y cariñosos con todo el mundo. Porque queremos Control Popular a las Fuerzas de Seguridad, porque no queremos que nos sigan matando vecinos, hermanos, padres, madre e hijos, este lunes 27 vamos a marchar, contra toda la impunidad.
A ellos no los olvidamos, porque el barrio los mantiene vivos.