*Por Luciana Escobar,
hermana de Gerardo “Pichón” Escobar,
desaparecido y asesinado por la Policía santafesina.
Pichón tenía 23 años, era empleado municipal de Parques y Paseos, en Rosario. Fue un hijo del viento que dejó su huella en toda la ciudad. Jamás pasaba desapercibido. Era independiente y solitario; se bancaba cualquier tormenta y, cuando menos lo esperabas, te dejaba su aroma impregnado. Pero hace exactamente tres años fue visto por última vez a la salida del boliche La Tienda. La cámara de un edificio lindero demostró cómo un “encargado de seguridad” lo pateó y su cuerpo fue hallado una semana después flotando en el río Paraná, en una metodología recurrente mediante la cual intentan que el agua borre los rastros de la violencia.
En la autopsia se detectó que mi hermano no se ahogó. Incluso, presentaba todos los signos de tortura y de impunidad.
Siempre supimos que fue una Desaparición Forzada porque la Policía estuvo involucrada. Sin embargo, seis meses esperamos para que la causa pase al Fuero Federal. El transcurso del tiempo sin avances en la investigación no es un hecho inocente, pues la manipulación de pruebas y el cambio de jueces y fiscales fue una constante. En agosto de 2016, el Juez Federal Marcelo Bailaque liberó a los 5 imputados: los patovicas José Carlino, César Ampuero y Cristian Vivas; y los dos policías encargados de la “seguridad del lugar”, Maximiliano Amiselli y Luis Noya. Dictó su sobreseimiento sin realizar una sola medida probatoria y se declaró incompetente ante nuestra apelación.
Permanentemente, vuelven a asesinar a mi hermano con el silencio cómplice y la causa frenada. La bronca y la ira se convirtieron en impotencia y en preguntas: ¿Qué le hicieron? ¿Dónde lo tuvieron? ¿Por qué no hay culpables? Yo no callo: escupo las verdades que los juristas quisieron tapar y sólo pido que la Justicia no lo siga desapareciendo. Aunque intenten, no borrarán mis recuerdos, su vida llena de alegría y ese amor sembrado en sus sobrinos. No me arrancarán sus abrazos, su sonrisa, sus ojos, su olor, su esencia, sus huellas. No frenarán este camino que empecé a recorrer hace tres años transformando el dolor en lucha. Porque bajar los brazos nunca fue opción, hace 1095 días que lloro, grito y exijo:
¡Justicia por Pichón!