*Por Sandra Aciar,
comunicadora de la asamblea de Yapeyú
Hace doce años que desde Córdoba comenzó como una bolita de nieve. Mejor dicho: de fuego. Del fuego de la indignación de ver que a los jóvenes de las villas y barrios populares se los perseguía sólo por portar una gorra, la capucha, la zapatillas, la mirada desafiante y digna que enardecía a la policía. Portación de rostro, merodeo, código de faltas, criminalización de la pobreza. Esa discriminación, esa violencia institucional, hizo crecer esa que parecía una pequeña movilización allá por el 2007 sostenida por algunos jóvenes hasta traerla al día de hoy y convertirla en organización movilizada. “La Marcha de la Gorra” dejó de ser solo una marcha para ser un movimiento, y que a nivel nacional se marchen 9 ciudades de provincias distintas. Estos pequeños fuegos que se encendían, cada vez más enormes en Córdoba, ocuparon las calles y lograron que a fuerza de protesta sostenida se mutara el conocido Código de Faltas por el actual Código de Convivencia. Año a año fue un espacio cada vez más apoyado, donde se suman adhesiones de todo el campo popular.
Se proyectan en el crecimiento cada vez mayor de la conciencia en los pobladores de nuestros barrios, y en esta nacionalización del evento, cada año fue convirtiendo a noviembre en la cita anual impostergable. Podría pensarse que a mayor reclamo podría haberse solucionado esta estigmatización de nuestros pibes, pero todo lo contrario. En este año en Yapeyú tuvimos varias razias violentas y operativos donde la Policía de la Provincia y la Gendarmería prodigaron golpes y miedo en varias familias que ignoraban ser los chivos expiatorios de una doctrina persecutoria del Ministerio de Patricia Bullrich.
Por eso y porque el arte salva, la organización de la Marcha de la Gorra responde con cultura popular y belleza a los insultos y a las balas. Durante estos días previos al 23 de noviembre, fecha de la duodécima marcha de la gorra, Córdoba ha desgranado por todo su territorio jornadas culturales y de concientización llamadas “Alto Embrollo”.
El sábado 17, desde temprano, pibes del taller de comunicación del barrio trabajaron sobre un corto en busca de capturar imágenes y sonidos que muestren al “Yape” y su cultura. Logrando apropiarse de las herramientas audiovisuales para expresarnos y no permitir que la estigmatización de los sectores vulnerados decida su futuro y sobre todo su presente.
Esa cámara fue la que desandando otro hilo que iba a enroscarse en la madeja embrollada, plasmó la vida, los colores y sonidos de la murga cuando ya las gruesas marañas se dirigieron desde la Choza hacia los murales del Fono Bus, donde esperaba el ánimo que para quienes solo nos conocen por recortes televisivos es peligroso pero quienes asoman a la realidad villera, reconocen como inquieto y poderoso.
Ya a la tardecita fue el rap el que deleitó a los vecinos y vecinas. Los versos de los raperos fueron atrapando la concurrencia. Agustín Colameo y su colega colombiano, David Arttattoo, nos regalaron su arte urbano, ése que ni la sombra del encierro pudo exorcizar. Tal fue la movida que Jeremías, de tan sólo 17 años, puso en alto en un grito sus vivencias de lo que su juventud le permitió vivir al día de hoy, y continuaron rapearon con la energía que tienen los que reclaman para siempre justicia, libertad y respeto. Es la forma que asume en nuestra cultura villera la resistencia ante los abusos policiales que no pocas veces costaron vidas con la letal facilidad de sus gatillos inmorales.
Se tiraron rimas que conquistaron aplausos hasta que la noche permitió la proyección del documental Ni Un Pibe Menos, que una y otra vez abre el pecho para soltar el dolor de un nene baleado en plena inocencia por el cruce de bandas en la zona liberada por las fuerzas de seguridad en la Villa Zabaleta, en Buenos Aires Capital. Sabemos que si la edad de Kevin hubiera sido la de Facundo Rivera Alegre, fácilmente lo habrían acusado de delincuente, de usar gorra, de merodear o alguna actividad que hiciera justificar tamaña crueldad. Pero sólo tenía nueve y se protegía bajo la mesa de su propia casa, que no logró resguardarlo de la bala que lo asesinó.
Finalmente, el ovillo embrollado a esta altura de la noche tenía la fuerza compacta que nace de lo popular de nuestras barriadas. Ya todos los convocados sabíamos que se había cumplido un paso más hacia la marcha, donde otra vez seguiremos reclamando no discriminación para nuestros jóvenes, vistan como vistan. Y que se nos incluya en los planes estatales de urbanización, calidad de educación, salud, justicia y todos los derechos que nos arrebataron.
El 23, les esperamos para compartir esta duodécima edición de La Marcha de la Gorra en Córdoba, en Colón y General Paz desde las 17.