Yolanda Abrigo se sentía muy mal. Estaba en su casa en la quinta 24, del barrio Chacra 31 de Castelli, Chaco. Le sangraba la nariz, tenía fiebre, vómitos, tos, mareos, diarrea con sangre. La salita de su barrio estaba cerrada, entonces fue al Hospital Bicentenario General Güemes, el más grande de la ciudad. No la vio ningún médico porque sólo están atendiendo casos de coronavirus, aunque aún no se haya conocido ningún infectado en la zona. La enviaron a la casa de vuelta sin revisarla, como habían mandado a una vecina de 24 años que terminó muriendo al día siguiente por una dolencia en el pecho. No fue una novedad: la suegra de Yolanda había muerto en el hospital, que no tenía suero ni las medicinas que necesitaba; el primo había fallecido porque la ambulancia se negó a llevarlo a Resistencia.
Unas trabajadoras de la salud se contactaron con la asamblea poderosa de Chacra 31 con mucho miedo: necesitan visibilizar su situación crítica, pero corren el riesgo de ser despedidas por denunciar la impunidad del gobierno chaqueño, que permite que cobren 12.000 pesos al mes: “Desde que entré que denunciamos la falta de recursos, insumos y equipamiento, además del personal precarizado, a pesar de que el sistema enseña a callar, a sufrir, a romantizar el faltante y a tener miedo de hablar para no perder el trabajo. No podemos vivir rogando que se nos garanticen las condiciones dignas. Con la pandemia empeoró: estamos más abandonadas”.
En la puerta del hospital hay una posta que filtra quiénes serán atendidos, pero están muy expuestos: “El personal de enfermería en la carpa está totalmente vulnerado: se lavan las manos en un bidón que hay colgado. Del Ministerio dicen que nos trajeron máscaras protectoras, pero las donó el Hospital René Favaloro, siquiera las compraron. En emergencias no hay barbijos y nuestras madres cosen los tapabocas y las cofias. Nos protegemos nosotras por lo que nos niegan, es agotador”. “Hace dos semanas donaron 8.000 pesos en paracetamol porque en la farmacia siquiera había ibuprofeno”. La carencia de medicamentos y elementos quirúrgicos se extiende en la infraestructura, con costos altísimos: “El hospital tiene tres quirófanos, pero hoy se usa sólo el obstétrico, con los riesgos que implica, porque los otros dos no funcionan. Hace unos días una paciente diabética entró en coma y falleció porque no pudo hacerse su diálisis”.
Quienes ponen su cuerpo al servicio de la comunidad, aún arriesgando su integridad, también deben soportar el cinismo público: “El Ministerio sacó un comunicado asegurando que el hospital del Bicentenario había sido ambientado con 57 camas, 40 con oxígeno y 10 de terapia. ¡Mentira! Hay sólo 6 camas y están ocupadas. Si fuera cierto, igual sería una locura: mínimamente se necesita un enfermero cada tres pacientes, pero ahora hay dos por guardia. ¿Cómo atenderíamos más de 25 personas en 8 horas?”.