Hoy, entre los pasillos angostos, nuestro sistema sanguíneo no se coagula con el silencio y bombea fuerza desde abajo. El viento de la memoria, que silba entre los cables enredados de nuestros postes sin luz, sopla las plegarias del Padre Carlos Mugica en medio de esta pandemia de la indiferencia. Con las canillas llenas de solidaridad, donde más de 12 días estuvimos sin agua, amasamos el pan de cada día en las ollas populares, merenderos y comedores, con la dirección de los curas villeros que con él aprendieron: «Perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro. Yo me puedo ir, ellos no», oraba él antes de ser asesinado en 1974 justito un día como hoy. Y sí, ahora debajo de nuestros barbijos, con los cucharones en alto, seguimos predicando su grito y su militancia, nuestro mayor legado. Cuánta falta nos hace su presencia y este padre nuestro que no se olvidaba de nadie, ni por un segundito. Ahora es la hora de nuestra lucha, ¡Mugica presente en la Villa 31!