* Por Martín Rodríguez, hijo de Mónica Ramos, asesinada el 3 de marzo de este año en San Luis.
El mediodía del 3 de marzo del 2020, Héctor Federico Núñez asesinó a mi mamá, Mónica Ramos, de 20 puñaladas. Luego prendió fuego su casa, para así tapar lo ocurrido. Esta persona, y cómplices suyos, fueron vistos rondar durante 14 horas la casa de mi madre ese día, lo cual demuestra la la persistencia y la premeditación que manejaron para cometer semejante atrocidad.
Hoy, a 2 meses de lo sucedido, siento muchísima pena y el dolor. No es fácil decirlo en palabras. La necesito demasiado, permanentemente.
Tampoco puedo evitar pensar su ausencia omnipresente en mi futuro, cuando tenga hijos y no puedan conocer a su abuela. Ella podría imaginárselo muy bien, porque no hay persona en este mundo que haya sido capaz de amar de una forma tan inmensa como ella. Lo estoy intentando, se lo aseguro cada día, pero no soy capaz de expresar todo lo que me viene al corazón cuando la pienso. Fue mi niñera, mi enfermera, mi confesora, mi maestra de la vida, mi eterna acompañante… Siempre supo bancar mis desvelos y mis preocupaciones, podía con todo, antes de que su femicidio se lleve todo por delante.
Ella me enseñó a vivir. Cuando me preguntaban “¿a qué se dedica tu mamá?”, decía: “es maestra, psicóloga, maga, costurera, militante, hija, hermana, abuela, pero sobre todo la mejor”. ¿Cómo no iba a ser la mejor? Tenía como 50 hermanos y hermanas nuevas todos los años, porque asumir que tu mamá es maestra es asumir que tu mamá es compartida; pero también es aprender a ver de cerca el sentido de la vocación, la responsabilidad y la entrega. Como siempre decía ella, “el compromiso sin alegría no es vocación”.
No entiendo cómo pudo existir alguien que cada paso que daba lo hacía pensando en mí, en mi hermana, en mis sobrinas y en cualquier persona que estuvo cerca. Ahora le confieso que, aunque tampoco lo admita, a veces me siento solo. Quiero sentarme a tomar uno de sus sagrados mates, y no entiendo por qué no puedo. Cuando era niño creía que era una especie de superheroína: hoy en día estoy plenamente convencido de que lo es. Tenerla de madre fue mi mayor privilegio y mi mayor regalo. Hoy me tocó tirar sobre la computadora algunos de mis sentimientos. Aunque con frecuencia prefiera reservarlos, admito que hay ocasiones en las que siento que debo expresarlos.
Ahora, entonces, no quiero dejar pasar la oportunidad de señalar a los jueces, los policías y los políticos, porque son ellos quienes debieran encargarse de garantizar que no exista ningún otro caso como este. Pero por sobre todas las cosas, quiero señalar a los medios de comunicación, los que venden por la codicia de la primicia, los que por ser la víctima mujer generaron un sinfín de suposiciones y versiones que propiciaron un tratamiento irrespetuoso del caso, destruyendo familias enteras.
Ojalá un día podamos decir que se supo la verdad, que cayeron todos los implicados y que valió la pena la lucha. Ojalá algún día podamos decir que hubo justicia para ella, para tus alumnos/as, para tus compañeras y compañeros, para tus nietas, para tus amigas y para todos los que la amábamos. Donde mamá pisaba dejaba enseñanzas y valores que hasta hoy siguen llegando con cariño y apoyo. No puedo decir lo mismo de la familia de Héctor Federico Núñez, que no se comunicó ni se puso a disposición de la Justicia. Al parecer, la empatía no se sembró.
Mi mamá se pasó la vida forjando espadas y escudos para todas y todos. Ahora tiene un gran y sensible ejército que protegerá siempre su corazón y su memoria. Con sus ovarios y su corazón, a elle le aseguro que se hará Justicia.