Viejos son los trapos como viejas son las promesas. Los adultos mayores somos quienes más soportamos la desigualdad estructural, y no es casual que en los barrios populares vivamos 10 años menos que en cualquier otro barrio de la Ciudad de Buenos Aires, sino que es la injusta causalidad de la pobreza. No es fácil tener 30 años en una villa y que tus problemas de salud sean propios de la tercera edad. Más complicado es responder cuando respiramos la humedad que escurre de las paredes, cuando las chapas del techo gotean crónicamente sin dejarnos pensar, la artritis impide movernos con libertad y ya no hay tensiómetro que mida nuestra presión, después de tanto luchar contra el alto riesgo de los tendidos eléctricos.
Con la pandemia, estos problemas se hacen más visibles: nuestros pulmones no tienen más capacidad después de gritar durante tantos años y de laburar en pésimas condiciones casi toda nuestra vida. No nos alcanzan las monedas para el pan ni para sobrevivir a esta época del año. Así lo siente todos los días María Lidia Godoy, del Barrio Los Hornos, que a sus 63 años batalla para subsistir al invierno mendocino: “A esta época la sobrellevo muy mal, no tenemos ni para comprar una camionada de leña que caliente mi casa y tuve neumonía a causa de tanto frío; la única que me queda es ir con mis hijos a juntar madera al bosque”.
Después de laburar 50 años, apenas nos alcanza para una jubilación mínima, si es que tenemos la suerte de acceder a ese privilegio. Pero no es el único problema que enfrentamos: más del 70% de los adultos mayores consultados en distintas asambleas del país, asistimos a un espacio alimentario y el 30% no tenemos agua potable. Cármen Gutierrez, que tiene 69 años y vive en el Barrio Fátima, suele pasar más de media semana a oscuras por los cortes de luz: “Somos cuatro personas en mi casa, de las cuales dos tenemos asma, mi nieta y yo, y necesitamos medicamentos por las dificultades respiratorias. La casa tiene mucha humedad y las paredes están llenas de hongos, eso agrava la situación”.
No hay frazada que aguante el frío y los bolsillos no dan para comprar garrafas que calefaccionen nuestros hogares. Vivir con la jubilación que es una limosna y el riesgo constante de los incendios que abundan durante los inviernos, trae pesadillas.
Quizá por eso, mientras el 27% de la población logra superar los 60 años, sólo el 6% lo hace en las villas.