Conocemos este calor,
es el mismo que hace tiempo
emergió de las fogatas
en los comedores,
donde la dignidad
tiene asistencia perfecta.
Comprendemos este fulgor,
el de las manos amplias,
esas que nos extendieron
en los peores momentos,
para que nuestros pibes accedan
a la educación virtual,
para que corra el agua
donde antes no llegaba,
para que exista el alimento
en los platos de todas las barriadas.
Sabemos bien de dónde surge
tanto apoyo incondicional:
viene de miradas que preguntan cómo estamos,
porque entienden que el invierno no es gilada,
y que en la villa no hay forma,
no hay manera,
de resistir a una helada.
Conocemos, también, ese terror que emana
un paisaje teñido de cortocircuitos
y cada vez que explota un transformador.
También hemos sentido
el pánico que embiste en la noche
cuando hay que priorizar frazadas
para abrigar a los pibes,
cuando el termómetro del cuerpo marca
el latido de la preocupación,
el frío se sufre más
si no hay guita ni hay gas para la calefacción.
Cuando todo se pone difícil,
en ese instante en que el viento
traspasa la ventana rota
y se cuela en los agujeros del techo de chapa,
hay un susurro familiar;
reconocemos ese sonido,
es el llamado para seguir en la lucha.
Acá sólo nos salva la organización
y la inmensa solidaridad
de este mar de fueguitos,
que pone su militancia,
y su corazón.
4 julio, 2021
, Organización
Poesía De Barro
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