5 mayo, 2022
, Trabajadoras comunitarias

SALIENDO A FLOTE EN COMUNIDAD

Las trabajadoras comunitarias son esenciales, porque viven poniendo el cuerpo, aunque su laburo no esté reconocido por el Estado. Cintia Pasculli es una de ellas. Una sobreviviente del crimen hídrico que no sólo supo ponerse de pie, sino que también levantó, junto a sus compañeras, nuestra novena Casa de las Mujeres y Disidencias en barrio Chalet, Santa Fe.

En el 2003, Cintia tenía doce años y vivía en el complejo de viviendas sociales FONAVI, en barrio Centenario. La mañana del 29 de abril, el intendente de Santa Fe, Marcelo Álvarez, anunció en la radio que los barrios del sudoeste, entre ellos el de Cintia, no tendrían problemas con la crecida del río. Mientras tanto, el Salado ya se filtraba por la brecha de una obra que el gobierno provincial jamás había terminado, y que terminó provocando 158 muertes. Así recuerda Cintia aquella noche: «Yo había ido a tirar bolsas de arena para que el agua no cruzara hasta el barrio, pero cuando empezó a entrar, fue imposible pararla. Intentamos volver a casa, pero no llegamos. Dormimos mojados y con frío en el Comando Radioeléctrico de la Policía. Al otro día nos sacó la policía en una canoa. El agua había hecho desastres. Ya no era un barrio: lo que se veía era el río”. Más de 130 mil personas perdieron casi todo. “Cuando volvimos estaba todo lleno de barro y con olor a podrido. No teníamos en qué dormir, ni con qué vestirnos. Llevó años recuperar el barrio”, sentencia Cintia.

Hace cinco años, Cintia se acercó a la asamblea poderosa de barrio Chalet para no irse nunca más. “Me cambió la vida. Yo no sabía por qué las pibas salían a las calles, y ahora también marcho, por nuestro derecho a un futuro libre y mejor”. En marzo de este año se inauguró la Casa de las Mujeres y las Disidencias, donde se brindan talleres y acompañamiento a personas que sufren violencia de género: “Las ayudamos a denunciar y a pedir las medidas necesarias para estar protegidas”, explica Cintia.

Cuando el agua llega hasta el cuello, la mano que nos salva es siempre la de las vecinas. Por eso, seguimos insistiendo: ¡salarios para las trabajadoras comunitarias!

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