Cualquier día de este otoño punzante se puede volver de repente un escenario itinerante, con las luminarias de nuestros braceros y los pasillos en forma de atril. Así nos armamos gracias a las cuerdas de las guitarras para hacer un poquito de lío: «Sé lo que es estar con techos de fibrocemento y sentir el frío”.
Desde Pergamino hasta las venas abiertas de Latinoamérica, las gárgaras de Divididos prepararon la garganta de un arriero que pisó el sur porteño tan abandonado: “¿Y dónde está el Estado?”. En barrio Fátima, Villa Soldati, sabemos que aparece poco, solo nuestra comunidad apaga los incendios de los cables pelados y por eso queríamos darnos el lujo de gritar sin tanto rollo. Con la palabra, la melodía y el abrazo de Ricardo Mollo. El guitarrista que vendía helados y que fue zapatero, con 64 años, nos enseña: “Lo básico es tener agua o energía eléctrica, no estamos en el 1800 cuando tenías que prender la leña”. Es que muchas de nuestras asambleas quedaron dos siglos atrás: ¡no tenemos los recursos suficientes para acceder al gas! Y lejos de la queja, nos cansa cantar las mismas letras de una canción urgente titulada “urbanización”, que siempre esperamos luego de votar: “Cualquier persona que haga algo público se debe al otro, al que va a representar”. Sentados en un fogón, en este mundo del revés, charlamos de política, juventud y arte para cerrar con las melodías de “Qué ves”. Pero antes de bajar el telón, y de palpitar el rock en nuestra villa, Darío y Maxi retumbaron en nuestra memoria veinte años después como una presión sanguínea: “Si asume un gobierno y en las manifestaciones hay represión, es porque hay una bajada de línea”. Ellos lucharon contra la pobreza que hoy crece y que provoca, por ejemplo, que barrios como La Veredita estén bajo el nylon y sin ningún servicio básico, un chiste nacional y horrible: “La desigualdad es enorme y la ausencia del Estado es terrible”.