Ahora que lloramos a nuestra vieja, ahora que morimos por abrazarla y ahora que no vamos a discutir con la gilada, que si no entiende este amor no entiende nada, vamos a contarles una historia que nos tatuó el corazón de la organización. Por Nacho Levy
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Ni bien salió el primer número de La Garganta, con aquella tapa de Román, la Policía Bonaerense nos quiso decomisar los 3 mil ejemplares, en plena peatonal de Villa Gesell, donde muchos de nuestros peques aprovechaban el lanzamiento de la revista para conocer el mar. “Son todos zurdos”, notificó por handy un efectivo, desde la camioneta donde nos llevaban detenidos, después de apalearnos frente a los más chiquitos. Y nos sentimos impotentes como pocas veces. Pero una vez adentro del calabozo, dos personas nos hicieron sentir a salvo, como siempre: Adolfo Pérez Esquivel y Hebe de Bonafini. Unas horas más tarde, de regreso en Zavaleta, las Madres anunciaron que visitarían a La Poderosa, para que todos los medios vinieran tras ellas a cubrir la noticia. Así fue. Y acto seguido, se destituyó al Jefe del operativo. Por esas horas de 2011, ya lidiábamos con la difamación mediática que trataba de ubicarnos en los únicos casilleros que aceptan los grupos económicos: amigos de ellos o subordinados de otros… Sabíamos, aquel día, que la visita de Hebe implicaría una caracterización partidaria de nuestro colectivo, conformado por distintas tradiciones, pero parte del aprendizaje que todas ellas nos dejaron y nos dejarán, ¡es cagarnos bien cagados, en el qué dirán! Y entonces, lo mejor vino después. Custodiada por las cámaras de Canal 7, Telesur y Crónica, tal como lo había planeado, Hebe caminó la tira Che Guevara, entró a la redacción sin los medios, cerró la puerta y nos dijo: “Traje dos banderas, una con el pañuelo y otra con la cara de Néstor, pero como no conocía la agrupación no las quise abrie delante de las cámaras”. Desde entonces, ya no hubo que explicarles a las nuevas camadas por qué son las Madres de la Plaza, ni por qué nuestro pueblo las abraza. Nadie nunca nos cuidó, nos amó y nos respetó tanto, con toda esa ternura, esa frescura y ese calor…
¡GRACIAS, HEBE!
Gracias por el amor.