Nací y me crié en Santiago del Estero. Terminé la primaria y secundaria, pero por falta de plata no pude seguir estudiando. Ante la necesidad, a los 18 años empecé a trabajar de empleada doméstica para ayudar a mi mamá. Por María Eugenia Ávila, educadora popular del barrio Bosco II.
Hace más de cinco años que participo en las rondas de mujeres de La Poderosa, donde comencé a escuchar y compartir experiencias con otras vecinas. Antes de encontrar ese lugar, vivía encerrada.
En 2019 decidimos arrancar un espacio de alfabetización para las compañeras que no sabían leer ni escribir. Comenzamos en un salón comunitario. Éramos solamente dos mujeres y nos juntábamos por la tarde. Desde ese momento, fuimos construyendo un lugar de encuentro y contención, que nos permitía también alejarnos de las tareas que históricamente nos atan y obligan a estar las 24 horas en nuestras casas.
“¿Para qué te vas?”, “vas a perder tu tiempo”, “deja de joder con eso”, son algunas de las cosas que me decían. A pesar de todo, seguí. Ahora nos encontramos todos los jueves y las vecinas asisten con sus hijos, porque en sus casas no tienen con quien dejarlos. Frente a esto, organizamos un espacio de cuidado.
Hoy me da orgullo decir que pertenezco a un grupo consolidado de diez compañeras empoderadas. No soy profesora, aunque sí me hubiera gustado estudiar maestra jardinera, y no puedo creer lo que he logrado, ¡me agarra escalofríos escucharlas leer! Una de las chicas me decía: “No puedo creer que ahora sé escribir y leer”.
Ahora las compañeras están emocionadas porque pueden leer los carteles que ellas mismas hacen con su propia letra. Eso hace la alfabetización.
Con sus letras haremos consignas para exigir la Ley del Reconocimiento Salarial para las Cocineras Comunitarias. Esta ley es urgente. ¡Vamos por eso!
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