Hay mucho movimiento, muchísimo movimiento, los sábados en Bajo Yapeyú. El otoño cordobés y los primeros fríos de mayo se hacen sentir. Pero no es esa imagen gris de una escena otoñal recortada de una revista infantil. Ni de un niño solitario caminando por el centro de una plaza quieta. Tampoco una cara escondida detrás de una bufanda movida por el soplo del viento. O árboles pelados y hojas marrones arrastradas levemente volando sin destino, reflejos de otoños sin gracia, sin alma, sin ruido, sin matices, sin barrio…
En Bajo Yapeyú al otoño gris le han dado de baja. Más bien se trata de un otoño colorinche y musical, movedizo y risueño. No hay espacio para aburrirse. Los chicos y chicas en la ronda de charla de todos los sábados han decidido transformar el otoño. Con las actividades de recreación, apoyo y fútbol popular, le vienen asestando buenos golpes a la apatía. El barrio marcha, los chicos quieren más, al otoño gris hay que darle de baja completamente.
En la circularidad de la ronda, en la horizontalidad de las miradas, en ese terreno llano de participación, se alzaron las voces de ellos, los protagonistas, chicas y chicos de BajoYapeyú. Yamila estaba inquieta, movediza, charleta y, sobre todo, con unas terribles ganas de ver una película, aunque no sólo verla. Después de verla quería actuarla, representarla. Mauro, que ofreció varias pelis interesantes que tenía en su casa, se sumó a la idea de contar un cuento y luego actuarlo. ¿Alguien dijo hacer títeres? Sí, sí, fueron varias respuestas. Otra voz, más solidaria que finita, contribuyó, puedo traer medias y botones. Mucho surgía. ¿Qué peli? ¿Qué cuento? ¿Quiénes actuarían? ¿Quiénes podrían ser los titiriteros? ¿Esto es un taller de teatro en sus primeros pasitos? Claro que sí. Pucha, ¡qué pedazo de creación ha nacido de los chicos en una tormenta primaveral de ideas y propuestas!
El otoño gris no va más. Los chicos lo han despojado de los rudimentos de colores apagados y de toda clase de pereza. No se trata de ningún pincel mágico. Quizá sí de algo igual de poderoso. Pero el pincel de Bajo Yapeyú es un poder que se consigue en la tierra, en la savia de los barrios, en el trabajo colectivo. Un ladrillo fue puesto, el taller de teatro pide camino. Falta simplemente que el tiempo germine al entusiasmo de los sábados y el telón se abra para abrigarnos de un otoño ya nunca más gris. La decisión es firme, los chicos del barrio así lo quieren…