6 diciembre, 2016
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Fueron y son los torturadores de siempre

Otra vez. Otra vez las Fuerzas de Inseguridad santafesinas. Otra vez esta policía asesina.

 

Fue durante la madrugada del viernes 2 de diciembre, en Rosario. Todo comenzó cuando el jefe de la Policía Federal, vestido de civil y armado con toda su impunidad y su machismo, en un bar céntrico de la ciudad, violentó a una mujer.

 

Dos de sus amigos, un hombre y una mujer, no dudaron en poner el cuerpo y la voz para defenderla. Inmediatamente un patrullero llegó al lugar. ¿Arrestaron de inmediato al policía de civil? ¡Claro que no! Fueron detenidos los tres que tuvieron el coraje y la dignidad para enfrentarlo.

 

Las dos mujeres fueron llevadas a la comisaría, mientras que el pibe, golpeado por resistirse al arresto, fue trasladado al Hospital Provincial, donde obtendrían la constancia médica que pudiera cubrirlos: fue todo un simple “forcejeo”. De nuevo en el patrullero, no pensaban llevarlo a la comisaría. “Te espera una sorpresa”.

 

Descampado. Uriburu y el río. Cerquita corre el agua barrosa: el Paraná, ese río que atestiguó más de una muerte. Lo muelen a golpes y se ensañan. “Más te vale que aguantes”. De rodillas. Le gritan que cierre los ojos, que no mire. El verdugo no quiere verse en las pupilas de sus víctimas. Dos balazos retumban cerca de la cabeza. Simulacro de lacras. “Vas a terminar como Franco Casco”. Más ensañamiento, culatazos y tiros al aire. Y cuando el pibe ya no da más, cuando ya había comenzado a sangrar, lo llevan hasta la comisaría.

 

Esa sería probablemente, una de las noches más largas de su vida a la que todavía le faltaba un capitulo más: desde donde está puede escuchar y ver cómo a sus amigas las golpean. El pibe no se calla y esa boca abierta como un puño, le cuesta otra golpiza.

 

Gracias a la presión ejercida por distintas organizaciones y amigos, fueron liberados a la mañana siguiente. Pero ese mismo día, la policía, no conforme con las atrocidades cometidas, acude a la casa del joven y con una orden judicial inexistente, engaña a su madre para allanar la vivienda.

 

Sí, se realizaron las denuncias, pero nunca alcanza y no cesa el dolor. No ese que es visible a través de los moretones, un dolor mucho más grande y profundo; el dolor que genera la impunidad, el abuso de autoridad y este sistema criminal.

 

Pero si hay algo con lo que no pudieron y no van a poder es con su garganta, hoy más poderosa que nunca, que reclama sobre cada moretón, sobre cada golpe, sobre cada abuso y cada vida silenciada.

 

“Fueron y son los torturadores de siempre.

Son los que apoyan la dictadura,

la mano dura con los que viven el hoy.

Son los que masacran a la juventud organizada,

son los verdugos de este tiempo.

Son los que hacen oídos sordos a nuestros derechos.

Son los que pescan, maltratan y matan a nuestra juventud.

Hoy con suerte puedo narrar esto,

hoy puedo ser quien cuenta esta historia.

Hoy la cuento

pero sí los milicos siguen actuando como cazadores,

nos quedaremos sin narradores.”

 
Grita el pibe.

 
Gritamos todos.