* Por Verónica, mamá de Daniela Guantay,
eterna compañera asesinada en Salta.
Hace una semana nos despedimos, hija mía. Y recién hoy puedo volcar en palabras todo este dolor que siento, un dolor tremendo que nunca se irá, lo sé. A cada hora, más te necesito abrazar y menos creo que ya no vayas a regresar. Vos, que siempre fuiste la más mamera, tan compañera… Desde nuestra digna humildad, toda la vida luché para poder darte lo mejor y verte feliz. Imposible olvidarte, tanto dejar de verte acá, en la puerta, como dejar de escucharte todos los días, llamándome con esa dulce voz: “Vero, Verito”, parecen escuchar todavía mis oídos, con el eco de esos gritos que voy a extrañar desde ahora hasta la última hora del último día.
Salgo a la mañana, miro a la calle y te espero, todavía.
Apenas 22 años, nada más y mucho más: Sofía, de 7 años; Valentín, de 5; y Tobías, de 2; los tres regalos maravillosos que recibí de vos. Son tan chiquitos que sinceramente no sé cómo explicarles lo que pasó. Yo no quería tener que decirles esto. Yo quería ser la abuela que consintiera sus gustos y que llevara los regalitos para jugar.
Y de la noche a la mañana, me toca volver a empezar.
Me infla el pecho de orgullo, hijita, tu compromiso con el futuro y con la comunidad, en esa asamblea poderosa de nuestro barrio, Juan Manuel de Rosas, donde no sólo hiciste circular la voz de La Garganta, sino también las sonrisas de Valen y Sofi, en las clases de apoyo escolar y en los partiditos de fútbol popular. Que pasó, si ese martes 28 de febrero viniste a casa como si fuera un día más, ¿te acordás? Cocinaste pollo con arroz, comimos, charlamos, nos reímos y te fuiste.
Para siempre, te fuiste.
Desde el 1 de marzo, la búsqueda se volvió desesperante. Saqué fuerzas de donde no tenía, porque estaba segura de que te íbamos a encontrar. Sin esperar un solo segundo, avisé, alerté y grité tu desaparición, pero la Policía no quiso tomarme la denuncia, ¡hasta que pasaron cuatro días! Una corazonada me advertía que debía buscarte en el río, pero los datos que llegaban cambiaban la orientación. Y sin embargo, a la semana encontramos partes de un cuerpo humano con tu ropita, ahí, a orillas del Mojotoro. Pese al hallazgo y las evidencias, soñaba que no, que no fueras vos. Pero después de varios días largos, interminables, los análisis confirmaron lo peor.
Y todo se volvió una película de terror.
No puedo, no quiero, no acepto dejar de pensar en el daño que te hicieron. ¿Por qué? ¿Por qué te mataron? ¿Por qué las instituciones no actuaron? Mientras la Justicia sigue investigando, yo me sigo preguntando, preguntándome, repreguntando y repreguntándome absolutamente todo, pero dentro de ese torbellino que habita mi cabeza, tengo bien firme una sola certeza: la autopsia reveló que te asesinaron el 2 de marzo. O sea, si la Policía hubiera tomado la denuncia cuando fui a radicarla, en vez de ignorarla y dejarla dormida…
Hoy estarías acá, conmigo, con vida.
Aun así, frente a todas las injusticias que nos mataron siempre, jamás bajaste los brazos. Caímos, caímos y volvimos a caer, pero te levantaste cada vez con más fuerza, cada vez con más voluntad, aferrada a esos hijos que ahora también me levantan a mí. Pues en esa enseñanza he clavado mi nuevo punto de partida. Por vos y por mis nietos lucharé hasta el final, para que nadie deba sentir este dolor que hoy debemos transitar, nunca, pero nunca más.
Sólo así, podremos descansar en paz.