Cuando tres semanas atrás, desde la acción y la reflexión, quedó sembrada la necesidad de instaurar en Bajo Yapeyú una nueva actividad recreativa-formativa que pudiera unir a chicos y chicas sin importar las edades, nadie imaginaba lo que en tan poco tiempo podía ocurrir.
La propuesta inicial había sido formar un taller de teatro y una murga popular. Se acordó juntar objetos que pudieran ser útiles para hacer una caja común. La semana siguiente, una vez reunidos los materiales, comenzó la actividad con expresión corporal. Al principio algunos chicos se mostraban un poco inhibidos, pero a medida que transcurría la tarde se fueron soltando y las venas se llenaron de risas y ritmo. Marcos se animó a enseñar los pasos básicos de murga. Después, se formaron dos grupos, uno siguió con murga y el otro empezó con teatro. Finalizadas las actividades, unos chicos que estaban mirando las acciones contaron que conformaban otra murga del barrio cordobés y se ofrecieron a participar y a compartir todo lo que saben. La idea de que fueran los pibes más grandes del barrio quienes marcaran los compases de la murga en sus primeros pasos entusiasmó a todos. Siete días después, se sentía la llegada de bombos y redoblantes. Los más experimentados relataron historias emocionantes, la esencia y los principios de la murga, los orígenes de la suya y regalaron una canción compuesta por ellos, que hablaba sobre los problemas del barrio y de sus expectativas a futuro. Olor a murga popular se respiraba en Bajo Yapeyú. La tarde transcurría mágica. Cuando terminaron de explicar los pasos típicos, la charla se interrumpió abruptamente, pero la comunicación fue más intensa, porque estalló el baile entre todos de manera libre. Cada vez que la música sonaba, más chicos se acercaban a participar.
El efecto murga se hizo sentir. Como una moto imparable, que se estacionó en Bajo Yapeyú para quedarse y después reproducirse en otros barrios. La actividad se expande y los chicos añaden más complejidad en los movimientos y los pasitos. Los más grandes se interesan principalmente en tocar los bombos y otros instrumentos confeccionados entre todos artesanalmente. Los más chiquitos por ahora se vuelcan al baile. Todos se sienten muy orgullosos. La acción crece día a día, junto con el interés por participar, teniendo en claro que no se trata sólo del significado lúdico, sino de algo que sirve para pensar la realidad y fortalecer la identidad barrial, para sentirse libres a la hora de actuar e interiorizar el sentido de grupo, unión y solidaridad. Aunque estemos en otoño, la murga y el resto de las actividades de los sábados no dejan de florecer. Poco a poco va aumentando el calor, la apropiación, el compromiso y se van solidificando los lazos con actividades genuinas del barrio, con el baile y la música como una herramienta poderosa para crear, divertirse, aportar alegría a la comunidad y, sobre todo, hacer de la murga popular un motor de cambio.