Enumerar todas las profesiones, los incontables oficios o simplemente los infinitos pasatiempos que existen en el planeta podría resultar imposible o, más que imposible, sería aburrido y además nos podría tomar toda la vida. Quizás sea mejor contar una sola historia. Una historia de inusitada cotidianidad, de ésas con las que suele arremeter Bajo Yapeyú.
Tunning, tuning o tunin, poco importa ya el devenir del término, porque, más allá del nombre, lo importante es que también la experiencia misma del tunning, tuning o tunin ha sido reelaborada. Nuestros barrios tienen la capacidad de crear y recrear, tomando esto y no aquello, según sus necesidades. Aquel sábado el objetivo era preciso, acotado, claro: tunear una bicicleta con témperas; transformar, en este caso, una bici de pequeñas dimensiones.
El espacio de arte de los sábados cambia de acuerdo al dictado y las ideas de los chicos y chicas que lo conforman. Ese día César y Tato coincidieron en que era urgente dar color y vida a la pequeña bici. Los elementos básicos, evaluaron, serían témperas, pinceles y cartones a manera de paleta de pintor. En equipo se trabaja mejor, César y Tato no dudaron en juntar sus manos. Sólo les restaba poner su arte bajo la incondicional mirada del sol invernal cordobés.
La primera tarea era llevar la bici hacia el Campito de todos, inmejorable lugar, por la amplitud y el aire libre, para situar la bici y crear cómodamente. Luego había que poner el vehículo en la posición correcta, “ruedas para arriba”, como se dice en el oficio de tuneador de mini bicis. Había que elegir los colores y el diseño. Unas miradas sagaces entre Tato y César bastaron para decidir que el azul sería el color predominante y el verde sería para las franjas. Esa combinación quedaría “mortal”, máxima calificación de belleza en la jerga. Todo estaba listo y pusieron pinceles a la obra.
En invierno el pasto es poquísimo y a los tuneadores les divirtió desparramar sus cuerpos sobre la tierra y ensuciarse un poco para pintar. Gajes del oficio, tal vez. Los trazos de pincel iban y venían, cada tanto había una pausa para tomar distancia crítica de la tarea, caminando unos cinco pasos hacia atrás. Después de la deliberación y de un trago de agua continuaba la tuneada. Por momentos había que pararse para poder pintar mejor. También se debía mirar si no había demasiada pintura en los dedos; los tuneadores saben que eso es señal de que mucha témpera está en un lugar inapropiado. Una hora duró la delicada tarea.
El veredicto de los tuneadores fue espontáneo y al unísono: “La bici quedó mortal”. El público, unánime, coincidió. El dueño de la bicicleta sonreía. César y Tato le habían tuneado la bici a un amigo. Fue una gran satisfacción ver rodar a la máquina cortando la tarde cordobesa. Una belleza.
chicos..
muy lindo el trabajo que hacen…
me gustaria contactarme con uds…
participo de un centro cultural y tal vez podriamos armar algun laburo juntos
facu
muy lindo lo q hacen..me gustaria ser formar parte de esta organizacion…un beso grande!
Buenísimo el trabajo y la idea.
Salud y prosperidad para todos.
Alábase, recorriendo espacios