El viernes último, el ex jefe del III Cuerpo del Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, sumó su tercera condena a prisión perpetua por violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar. Reiteramos, tercera condena a prisión perpetua. La simple existencia de tan opuestos ejemplares como éste, a lo que buscamos como hombres y mujeres en el camino que vamos recorriendo, nos hace compañeros de quienes lucharon porque no sea precisamente esta clase de escoria la que maneje los destinos de un pueblo. Menéndez deberá pasar el resto de sus días en una cárcel común junto a ex miembros de la policía cordobesa, todos por las acciones de la denominada patota de la D2, el Departamento de Informaciones Policiales. La siguiente es tan sólo una de ellas.
A partir de 1972, el subcomisario Ricardo Fermín Albareda había comenzado a militar en el PRT, reconociéndose parte de los sectores populares de fuerza luego de haber comprobado que la policía combatía los intereses del pueblo. Aprovechando su lugar estratégico en la Central de Comunicación de la Casa de Gobierno, posibilitó que muchos compañeros no cayeran en las garras funestas de la D2, utilizando todas las herramientas que tenía a su alcance para enfrentar las atrocidades impartidas por las fuerzas públicas de seguridad. En 1979 lo señalaron como un infiltrado. Fue secuestrado y llevado al centro clandestino de detención conocido como la Casa de Hidráulica, en la localidad de Villa Carlos Paz. Allí, por ser considerado un infiel y traidor, sufrió toda la saña posible. Los ahora condenados lo torturaron ferozmente, y para finalizar, le seccionaron los testículos con un bisturí, se los metieron en la boca y se la cosieron. Lo dejaron morir desangrado atado a una silla. ¿Y los torturadores, mientras tanto? Comían un asado frente al lago en el patio de la casa…
Lejos de buscar morbosidad, esto demuestra los límites inhumanos a los que puede conducir la violencia racionalizada, sentida y gozada. Nos es útil para que nunca podamos acostumbrarnos a oír palabras como secuestro, tortura y asesinato y seamos plenamente concientes de a qué se hace referencia cuando se las menciona en juicios contra los represores genocidas. Hoy la coyuntura es otra. Han cambiado las formas, pero el contenido suele ser el mismo. En cada barrio librado a su suerte; en cada complacencia ante un pibe durmiendo en la calle; en cada reclamo no atendido; en cada recorte de información tergiversada para estigmatizar ciertas zonas calificándolas de peligrosas, se está cometiendo un crimen de lesa humanidad. También las armas son otras. Trabajando por fomentar desde abajo un crecimiento del que todos los vecinos seamos protagonistas, cada uno de los que luchó por lo mismo que nosotros vuelve a aparecer. Desde La Poderosa hacemos camino al andar, en Córdoba, Buenos Aires, Tucumán, Chubut, y en cualquier lugar donde la organización popular se transforme en un puñetazo que derribe todo lo que personajes como Menéndez representan, para abrigar la esperanza de un Hombre Nuevo.