Ese día, sentado junto al arco y atento a lo que sucedía a su alrededor, Carlitos advirtió la llegada de un grupo de chicas dispuestas a ser parte de lo que estaba por comenzar allí, en Campo Norte. Coherentes con la lógica a la que nos tiene acostumbrados el fútbol tradicional, al ver la pelota de fútbol en el centro de la ronda, ellas se mantuvieron tímidamente afuera durante unos instantes, comenzando a asumir la casi inexorable exclusión por parte de los varones para participar de un partido de fútbol. Pero esto es Fútbol Popular y se construye paso por paso, en cada ronda, con todos y entre todos, sin dejar a nadie afuera… Carlitos no complicó tanto la explicación y encarnó todo el espíritu de esa construcción en un simple: “¿Quieren sentarse?”, dirigido al grupo de niñas cuyos ojos ahora desorbitaban de asombro.
Una vez consensuadas las reglas y comenzado el partido, las chicas aún parecían buscarle la trampa al asunto o, como mínimo, aguardaban con temor el reproche ante un pase mal dado o un gol errado. Sin embargo, la sorpresa terminó por saturar sus pequeños cuerpos y por disipar cualquier duda al comprobar las llegadas de los primeros pases a sus pies, y al escuchar los motivadores gritos de aliento. En ese momento, ya todos y todas eran partícipes y artífices de ese ir y venir de pases, sombreritos, chilenas e infaltables goles. Las ganas de compartir de todos fueron más allá de cualquier duda, prejuicio o evaluación tecnicista, construyendo una experiencia nueva para todos los protagonistas del juego.
Finalmente, el reloj marcó la hora de parar el incesante movimiento de la redonda y nuevamente todos se encontraron en círculo, para comentar la gran tarde de su grupo, ahora ampliado, y siempre en crecimiento, siempre en movimiento.
“El domingo vienen de nuevo, ¿no?”, preguntó Coco, con la expectativa de obtener una respuesta afirmativa. “Sí, vamos a volver”, respondió Eli, en nombre de todas sus compañeras.
Las sonrisas nuevamente invaderon sus rostros y, a la espera de otro domingo, todos se fueron a sus casas llevando consigo la sensación certera de que ese día un grupo de nuevas compañeras se había subido a la moto.