20 octubre, 2009
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Arriba el compromiso

barrilete-apaisadaEl sábado a la tarde la actividad consistía en pensar un sueño o un deseo, o mejor dicho, muchos sueños o deseos. Por supuesto que existen diversas maneras de llevarlos a cabo pero, en general, todo comienza por hacerlos concientes de alguna manera, lo cual puede implicar también hacerlos visibles, sacarlos del pecho, gritarlos; en fin, darles existencia. El siguiente paso era remontarlos, elevarlos.

A su vez, lo del sábado fue una manera de poner en alto lo que la opresión echa por tierra. En esta sociedad que mucho se parece a un gallinero, los escalafones más elevados no se asocian precisamente al fomento de posibilidades que nos permitan a todos crecer libremente y desarrollar nuestras potencialidades. Hoy, quienes ocupanarriba-y-abajo-trabajo2 esos lugares no hacen más que perseguir su propio beneficio o a lo sumo el de los suyos, derramando hacia la base los desechos de su putrefacción. Nos obligan a poner en consignas, estandartes y papeles derechos que son incuestionables. Pero no por eso nos rendimos.

El primer paso era escribir el sueño en un pequeño papel y luego atarlo a un barrilete. Las variadas expresiones de deseo, en muchos casos no hacían más que mostrar de otra manera la faceta más cruel de la marginación. Pero cada una de ellas era, a su vez, un compromiso con el trabajo para concretar cada sueño, por el camino colectivo que nos indica que no bajar los brazos es seguir andando.

A eso de las cuatro de la tarde, en el Campito de Todos, una mezcla de ansiedad y regocijo recorría los cuerpos de los presentes. Las edades de los remontadores oscilaban entre los cuatro y los quince años. Por supuesto, la cuestión de género no era una restricción; varones y mujeres se disponían a surcar el cielo. Varios pibes habían remontado barriletes en algunas ocasiones, otros, muchas veces usurpados de su derecho a jugar, jamás habían tenido esa oportunidad.

Y así fue que nadie bajó los brazos a la hora de desenrollar los hilos y correr en contra del viento, invirtiendo la lógica del poder que nos imponen para paralizarnos, para dejarnos abajo y enterrarnos junto con nuestros anhelos. Barriletes como estandartes, llevando a todos hacia lo más alto y sentando la base para un trabajo incansable hacia la concreción.

La tarde pasaba y el cielo se veía colmado de objetos voladores. Los más expertos se acercaban a enseñar a los novatos. Así, esosbarriletes 2 diez metros que separaban los rollitos de hilo de las puntas de tantos barriletes que se inscribían en el alto cielo de Bajo Yapeyú, estaban cargados de una intensidad asombrosa y se empecinaban en no aflojar la tensión.

El juego es una de las tantas maneras de arremeter contra la opresión, como lo demostró un sábado en el que volvió a soplar desde el territorio de Bajo Yapeyú un viento de cambio. Juego cuya propuesta es una posterior acción concreta, tan necesaria en el camino que elegimos emprender. Con otras palabras, también lo demostraba el poeta cubano Nicolás Guillén, en una época en que la isla que lo había visto nacer, era víctima de la más terrible de las opresiones, que poco después dio lugar a la más libre de las revoluciones:

Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo;
ya estará el de abajo arriba,
cuando el de arriba esté abajo.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo.

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