Va a estar bueno Buenos Aires cuando ya no haya personas sin un techo donde vivir. Va a estar bueno Buenos Aires cuando a los pibes en situación de calle un Estado presente les presente alguna opción real de “revinculación familiar”, de un camino cierto hacia un hogar, hacia una educación, hacia una vida digna. Va a estar bueno Buenos Aires cuando ganen la batalla los que resisten siempre. Pero mientras tanto, no está bueno Buenos Aires.
A fines del año pasado el Estado porteño decidió que no alcanzaba con arreglar las veredas más turísticas de la ciudad, que había otras cuestiones, a las cuales algunos las consideramos personas, que había que “limpiar” para que determinadas zonas se vieran realmente lindas. Entonces, sancionó el decreto que creaba la Unidad de Control de Espacio Público, que tiene como función “mantener el espacio público libre de usurpadores”, por la vía de la persuasión. Pero parece que el texto normativo fue escrito con los antónimos de lo que realmente dice: trata de usurpadores a quienes han sido usurpados de la mayoría de sus derechos desde hace tiempo y que ahora son sobreusurpados por los operativos de la UCEP, los cuales ponen en práctica la persuasión por medio de patadas, trompadas, insultos y amenazas.
Sin haber leído el decreto, los pibes en situación de calle interpretan esto mismo de un Estado que exige algo, sí, es el Estado el que le exige a los chicos, y hace exactamente lo contrario. “Nos piden que no robemos y nos roban a nosotros”. Esa es otra estrategia de la UCEP para persuadir a los “intrusores” del espacio público de que desalojen las plazas que todavía no están enrejadas y las calles de Buenos Aires, porque tienen que verse buenas. Si están buenas no importa. Con que parezca, alcanza. La pregunta es dónde se pretende que vayan las personas que no tienen techo. No importa. Lo importante es… Fuera de ahí. Fuera de acá, cuanto menos se vea y cuanto más lejos, mejor. Porque acá no queremos ranchadas, no queremos colchones, ni frazadas, ni paredes de cartón, ni ropa sucia. Y entonces, si no se van, el decreto que la creó, le permite a la UCEP quedarse con todo eso. Y si le permite quedárselo, aunque no lo diga, los patoteros que la componen interpretan, en el espíritu de la ley, que también les permite quemarlo o patearlo. Y así lo hacen.
Vestidos de negro o azul, «llegan en el camioncito blanco”, a veces con el logo del Gobierno de la Ciudad y otras veces no, tienen la facultad inconstitucional de decidir por sí mismos, sin intervención judicial, cuándo es legal y cuándo no estar ocupando el espacio público y, por lo tanto, si poner en práctica la “persuasión” para su desocupación. Que todos aquellos a quienes desalojan son personas, no interesa. Ni que entre los golpeados y amenazados haya pibes, viejos y que hasta una mujer embarazada haya perdido a su bebé. Tampoco que estas personas son de las más golpeadas, también, por las políticas de privatización a mansalva impulsadas por los mismos que hoy intentan excluir de su visión la exclusión que generaron. Qué les va a interesar, si siguen privatizando la niñez, tercerizándola mediante subsidios a organizaciones privadas, para no hacerse cargo de su obligación de asegurar los derechos de todos los pibes, incluidos, sobre todo, los más excluidos.
El Estado no puede delegar sus responsabilidades más básicas. El Estado debe estar presente, y no de cualquier manera. No debería organizar grupos parapoliciales para reprimir las consecuencias de sus decisiones. La historia reciente nos demuestra que eso no está bueno. Lo bueno es que no podrá seguir haciéndolo si los que no reducimos la exclusión a un problema del turismo o de la valorización inmobiliaria, nos organizamos y hacemos más ruido con nuestras denuncias, para exigirle y hacerle cumplir al Estado la garantía de una vida digna para todos los que lo componen, para todos.