Hundidos en la discriminación, empapados de impotencia y ahogados por la perversión, volvemos a buscar aire en nuestros propios medios de comunicación, para vomitar los sedantes emotivos que nos vinieron a inyectar, los que perdieron la vergüenza, pero no perdieron ningún familiar.
Digan lo que digan, por más música y efectos que les pongan a sus conmovedores informes sobre la solidaridad descomunal, para no hablar de la injusticia social, nosotros vamos a volver al punto de partida, porque no hay beneficencia que pueda saldar una vida perdida. Por eso, aunque titulen con pérdidas económicas o nos hablen de catástrofes meteorológicas, gritamos y volvemos a gritar, sin politiquería, ni diplomacia protocolar: ¡Que se vayan a cagar!
Desde La Poderosa, también reaccionamos juntando cosas, cepillando pisos y compartiendo guisos, pero de ningún modo nos sentimos compensados por esa “gesta de hermandad”, donde los cínicos enjuagan sus culpas y los culpables nos venden su cinismo como amistad. Gobernados por una gestión careta, lloramos las muertes de Villa Mitre, mientras Macri bajaba de su avión, con una raqueta. Y a esa altura, aunque los canales oficiales lo intentaban omitir, el agua de La Plata empezaba a subir. Pero el intendente Bruera no lo pudo advertir, porque estaba vacacionando en Brasil. Horas después, llegó Scioli, para no decir nada, como cada vez que habla. Y hasta llegó la presidenta de la Nación, para poner el cuerpo donde no puso gestión. Porque nosotros defendimos la Ley de Medios, la Asignación por Hijo y muchas otras medidas que aplaudimos de pie, pero la infraestructura de nuestros barrios está igual que en el 2003.
Macri mata. Scioli también. Son la misma mierda, aunque se vistan de traje y huelan tan bien. Según Susana, “el que mata tiene que morir”. Nosotros no estamos de acuerdo: ni siquiera los mandamos a reprimir. Simplemente, pedimos justicia, que se subyuguen a su suerte, ¡juicio político a los responsables de tanta muerte! Porque este pueblo solidario también podría presentarse como un pueblo revolucionario, que no se vende, ni se vence. Que no les manda la Metropolitana, ni los tortura con la Bonaerense. Pero que tampoco se deja humillar, por ese aparato político y mediático, que nos quiere ciegos o tuertos, para que miremos los camiones de donaciones, mientras se llevan los camiones de muertos.
¿Saben cuánto tiempo hace que nos faltan colchones en las villas? ¿Dónde estaba entonces este reino de maravillas? ¿Se acuerdan cuando cortábamos las calles para denunciar? ¿Y de cómo nos acallaban con su “caos vehicular”? ¿No recuerdan cómo gritamos para que vinieran a recolectar la basura? ¿Cuándo cambió el manual del movilero caradura? ¿Sin cloacas, seguiremos a la deriva? ¿O no saben que, cuando no llueve, acá se inunda de abajo hacia arriba? ¿Nos toman para la comedia? ¿O de verdad piensan que no tienen relación la desinversión y la tragedia? ¿Hace falta una ciudad devastada, para que el mundo vea a los que no tenemos nada?
Pues ahora que descubren la precariedad, que filman a los pibes descalzos, que los pobres somos buenos, que los noticieros no son malos, que los funcionarios pisan los charcos y que los camiones se llenan de alimentos no perecederos, aprovechamos estos minutos de masiva sensibilidad, para interpelar al orgullo manifiesto por esta ráfaga de bondad: ¿Cuánto tiempo pasará para que los “humildes dignos de misericordia” volvamos a ser los “piqueteros de la discordia”, por reclamar el respeto y la urbanización, que no llegan con ninguna donación? Porque la “maquinaria solidaria” de la Argentina suele activarse por el llamado de la muerte, la única que jamás nos discrimina. Y vale un montón esa reacción en la desesperación, ésa que a todos nos resulta emotiva, pero alguna vez habrá que plantearse una “maquinaria preventiva”. Pues recién entonces, cuando no haga falta una tragedia para activar la Patria Sensiblera, tal vez podamos cargar una camioneta entera de “Solidaridad no perecedera”.