Primer día de botas, guantes y gorro, entre las gotas gigantes que bañan al morro, cuando el paraguas del Mundial se queda trabado, bajo los rayos de un sol que mira para otro lado. A las sombras de 32 selecciones, llegar a este cuarto implica pasar cinco estaciones, recorriendo la ruta menos atractiva, porque todas las paradas son cuesta arriba. ¿Y si el teleférico no está funcionando? A casita, es-ca-lan-do, porque acá no existe ningún plan B, más que enconmendarse a la fe o transformarse en el hombre araña, para poder trepar la montaña. Por los caminos todos rotos, el agua se la tragan los “esgotos”, una especie de red cloacal que no funciona del todo mal, porque si bien el terreno es una cagada, en este caso suma que el suelo sea en bajada. Navegando entre rocas sin timonel, se cruzan 20 o 25 bocas en cada nivel, permitiendo que el barrio no se hunda cuando llueve, gracias a una obra que se terminó en 2009. Cual catarata desde la altura, el gran quilombo se genera por la acumulación de basura, puesto que se produce un gran embudo de contaminación, que finalmente desemboca en la primera estación. A diferencia de Zavaleta, donde la “solución” sigue siendo una canaleta, las tuberías van por debajo de las construcciones y eso permite evitar las inundaciones, un dato relevante para todos los villeros, aunque no suene importante en sus noticieros. ¿O no se dan cuenta de lo que pasa? Sus trapitos los limpian en casa y los nuestros en televisión, llenando de mugre la discusión, para que la favela se pierda en el color de las casacas, sin que se huela la mierda, ni el olor de las cloacas. Pues los villeros brasileros, al igual que los argentinos, recogen sus residuos en cooperativas de vecinos que a conciencia se han organizado, para exigir más presencia del Estado… Por lo pronto, llueve sobre mojado.