A las sombras de los medios internacionales que cubrían un megaencuentro de intelectuales, a favor de la paz y en contra de la guerra, 182 familias colombianas resistían en su tierra, muy bien paradas de manos, para dar cátedra de sus propios Derechos Humanos. Ilustrados de rabia, los vecinos del barrio Oasis partieron desde Moravia hasta Medellín, para dinamitar por fin el cerco que los mantiene aislados: muros y muros de uniformados amedrentando a la comunidad, como si hubieran terciarizado su libertad y su representación, ésa que se disputan los ensayistas de toda la región, pontificando o calificando a su antojo, a las espaldas de un nuevo desalojo. Apresados en el cotidiano calvario que les impone rendir explicaciones para salir barrio, intentaron hacerlo para irrumpir en el escenario que concentraba toda la atención. Y salieron, pero salieron acompañados por un dron, mientras sus casas eran empapeladas con las órdenes judiciales que anunciaban las nuevas coartadas, dividiendo el desplazamiento en cómodas cuotas, para que la sangre no se volviera incómodas notas. Pues una y otra vez, han derrumbado sus plazas y han derribado sus hogares, a fuerza de amenazas y paramilitares que responden a la Alcaldía, como fuerzas armadas de una hipocresía que se transforma en operativo, cuando pretenden esconder el verdadero motivo de su infinita ambición, tirando paredes con la «Justicia» y los medios de comunicación. Obligadas por la Conferencia Latinoamericana de Ciencias Sociales, esas perversas autoridades locales que sólo proponen vendas como solución a la falta de viviendas debieron suspender la razzia, para jugar 4 días a la democracia, evitando las cámaras de televisión, hasta retomar la lógica del silencio y la represión. Pero a la manta del alcalde Gaviria, se le escapó una cosa: Colombia tiene garganta, una Garganta Poderosa.[Best_Wordpress_Gallery id=»1″ gal_title=»Un Oasis de silencio»]