* Por Ana, mamá de Cintia Fernández, asesinada en democracia.
Hoy no llego a ustedes escribiendo: llego a ustedes resistiendo, en una lucha que comenzó 5 años atrás, el 28 de abril de 2011, cuando debí salir a la calle para buscar Justicia, por mi hija asesinada. ¿Entienden? Por mi hija. Asesinada. Llena de proyectos e ilusiones, Cintia estaba casi recibida de Licenciada en Genética en la Universidad Nacional de Misiones, ese maldito día que le cerraron sus grandes ojos y le apagaron esa inmensa sonrisa que hoy me sigue iluminando, para poder seguir luchando.
Fue la Policía, bajo la coordinación del ex Secretario de Seguridad, Aldo Saravia.
Pero ojo, porque también hubo otro partícipe necesario: el poder judicial, ese siniestro aparato mal llamado “Justicia”, que yo pude conocer muy bien, mirándole la cara al juez Antonio Germán Pastrana. Juntos, todos los amigos del poder, protegieron al principal imputado, el policía Mario Federico Condorí, que trabajaba en la División de Trata de Personas. Pues tantos años gritando no fueron en vano: al menos, logramos que él fuera expulsado de la fuerza, pero por supuesto debí pagar por ello: fui amenazada en varias ocasiones, hasta por integrantes de la Brigada de Investigaciones, que me seguían hasta mi casa en camionetas negras sin patente. ¿La democracia? Ausente.
El gobernador Juan Manuel Urtubey dijo que “en Salta no existen crímenes contra las mujeres”, en una declaración que me atravesó el pecho, porque me dejó bien en claro que, para él, mi hija no era nadie. ¿Y saben qué? Mi hija existía, existía como existía Mirta Llanos antes de su femicidio y como existía Cristian Luna, antes de volverse un desaparecido en democracia, 8 años atrás.
¿Alguna otra novedad? Sí, cumplimos 268 marchas contra la impunidad. Y vamos a cumplir muchas más, porque sí, las mujeres que sufren violencia de género también existen, como mi hija, como su memoria. Donde esté, ella sabrá que yo luché, que luché incansablemente y que no me quedé llorando en casa. Por ella y por mí, marchamos y vamos a marchar en infinitas movilizaciones, todas las veces que nos quieran poner bozales, con esa Ley de Contravenciones contra las manifestaciones sociales.
Pues a 40 años del último golpe cívico militar, mientras acompañamos a las Abuelas y las Madres que siguen buscando a sus hijos, sus hijas y sus nietos, como yo busco a la mía, hoy gritamos desde nuestra plaza para que nuestro pueblo sepa lo que nos pasa. Ni olvido, ni perdón, ni una sociedad indiferente: el poder de la impunidad sigue vigente.