Perdida entre las mañas diarias que sostienen nuestras vidas, a espaldas de las campañas publicitarias de los insecticidas, está la tradición de zambullir la mano en cada rincón de los barrios libres de funcionarios, donde pocos suelen detenerse ante nuestros gritos y, mucho menos, ante todos estos mosquitos. Pues no se trata de prender alarmas rojas, ni amarillas, pero tenemos muchos chicos infectados en las villas, más otros tantos que no están confirmados, con fiebre, vómitos y síntomas asociados. Y entonces, ante la desidia de los otros, nos organizamos entre nosotros, para patear el barro en ojotas, vaciar los cacharros para mascotas, desinfectar la casa, gritar que vengan a limpiar cada plaza, destapar canaletas, revisar las macetas, llamar a los noticieros, cambiar el agua de los floreros, mantenernos siempre cubiertos y tapar los tanques abiertos, porque mientras descorchan champán y cortan pizza en televisión, el dengue se caga de risa, gracias a la falta de urbanización.
7 marzo, 2016
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Manden repelente de desigualdad
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