Hace un año, exactamente un año, nos cerró la boca del tiempo, nos dejó patas arriba, nos rompió los espejos, nos mojó la memoria del fuego, nos atrapó las palabras andantes, nos mató los nacimientos, nos robó los hijos de los días, nos pinchó el fútbol a sol y sombra, nos secuestró los sueños de Helena, nos calló la canción de nosotros y nos desangró las Venas Abiertas de América Latina. Pero no, nosotros decimos no, porque no hay dios ni tirano que pueda con los abrazos de Eduardo Galeano, un villero de ninguna villa, que interpeló a la prensa amarilla al estampar su último grito, su último texto manuscrito, con su letra, con su pulso y con su prosa, sobre el prólogo del libro ‘La Garganta Poderosa’.
«Queridos amigos:
Mil gracias por el convite. Como soy de pocas palabras, para mí alcanza con dejarles una frase que simplemente diga: ‘Que sigan siendo poderosas las palabras nacidas de los casi invisibles y poderosos corredores de las ciudades, ¡y que así sigan siendo!’.
Eduardo Galeano,
en Montevideo, 20 de marzo, 2015″
Y ahora que lo extrañamos, ahora que gritamos todavía más fuerte, ahora, a un año de su hipotética muerte, ahora que podríamos tutearlo, ahora que pagaríamos por escucharlo, ahora que intentamos homenajearlo, ahora que vamos siguiendo esa voz por donde vaya, ahora, justo ahora, ¡estamos pariendo La Poderosa uruguaya!