Ojalá se vuelva moda, la urbanización, para que pase bien rápido; ojalá se vuelva promesa, el racismo, para que pronto se les olvide; ojalá se vuelvan milicos, los presupuestos villeros, para que los liberen; ojalá se vuelvan tarifas, los salarios, para que se multipliquen por cuatro; ojalá se vuelva bondi, el poder, para que se bajen después de la foto; ojalá se vuelvan videos hot, las cuentas offshore, para que las compartan; ojalá se vuelva ahorro, la megaminería, para que la fuguen; ojalá se vuelva trabajador, Monsanto, para que lo despidan; ojalá se vuelvan ramales, sus destacamentos de tortura, para que los cierren todos; ojalá se vuelvan inversiones, las cloacas, para que las pidan en Davos; ojalá se vuelva falopa, la soberanía, para que la tomen en serio; ojalá se vuelvan menemistas, los hinchas visitantes, para que regresen tranquilos; ojalá se vuelvan fiestas clandestinas, los talleres clandestinos, para que les manden una cámara; ojalá se vuelva billete, el Producto Bruto Interno, para que lo levanten; ojalá se vuelvan gringos, los Derechos Humanos, para que los respeten; ojalá se vuelva whisky caro, Ganancias, para que lo paguen los jueces; ojalá se vuelvan sojeros, los manteros, para que les quiten las retenciones; ojalá se vuelvan pensamientos fascistas, los jubilados, para que no los repriman; ojalá se vuelvan tuiteros, los laboratorios, para que los investigue toda la Inteligencia; ojalá se vuelva excusa, Jorge Julio López, para que lo encuentren al toque. Y ojalá se vuelvan pasado, las páginas más amarillas del neoliberalismo, para que las villas no vivamos gritando siempre lo mismo.