9 diciembre, 2016
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Nosotras somos Fidel

No se imaginan cómo estaba, ni se lo imaginan. Apareció desplomada de costado, flotando en un zanjón, sangrando mar, vomitando salsa, exudando gotas de ron. Un rastrillo de uñas le desangraba la espalda, con forma de malecón. No la tomaban de puta: la obligaban a trabajar de puterío, para el patrón. Y no, ni la Policía hubiera aprobado semejante vejación: el cuerpo lleno de tierra, desgarrado por los miembros borrachos e inconscientes del ejército imperial. A nombre del Rey, a nombre del capital, daba exactamente igual, porque no sólo habían atentado contra su condición de dama, habían mancillado su condición humana, sometiéndola a la trata de negros, al empalamiento de la United Fruit, al asfixiamiento soviético, al sometimiento del mercado internacional y al ahorcamiento del período especial. La violaron, se cansaron de violarla todos los dueños de la moral, mientras se masturbaba la prensa obsecuente.

 

Pero al final,
Cuba se volvió una sobreviviente.

 

 

Y ahora no la pueden ver. La odian. La maltratan. La denigran. La golpean. La bloquean. No hay caso, la tipa los sigue provocando, cuando se sigue embarazando por un plan social, que no sólo ofrece una licencia universal, tan maternal como paternal: prioriza la dignidad y garantiza la posibilidad de crecer, sin utilizar como variable a la libertad de la mujer. Desde el séptimo mes de gestación, la madre descansa en su habitación, a la espera del parto sin administrador comercial, que sólo será cesárea por fuerza mayor o voluntad personal. Ahora, si algún riesgo llegara a confirmarse, ahí deberá mudarse a otro lugar, un centro materno con todas las comodidades de su hogar, más una médica, más una enfermera auxiliar. Y sí, al momento del parto, cualquier exabrupto verbal implica la quita de la matrícula profesional, sin esperar, ni naturalizar la experiencia tétrica de otra madre primeriza… ¿Vieron la violencia obstétrica?

 

Bueno, acá no le dieron la visa.

 

Bienvenido el manto caliente y la polenta del Estado, cuando hay tanto pendiente en la cuenta del supermercado, avanzando sin miedo, sin desencuentro, sin freno: eso sí, prohibido meter un dedo adentro del cuerpo ajeno. Pues cada cubana decide sobre sí misma, por encima del prisma que impone la moral, tras haber transitado desde el inicio de quinto grado su educación sexual. Penes, vaginas y flujos en la currícula escolar, pero también muchos Centros de Planificación Familiar, donde los adolescentes reciben elocuentes instructivos sobre métodos anticonceptivos. Y cuando el embarazo está consumado, ¡bien ausente aparece el Estado! Porque sólo hay una responsable de la determinación final, con opción del aborto seguro, gratuito y legal, a espaldas de la religión, el deber y el capitalismo:

 

La mujer que gobierna ese organismo.

 

Al concebir el nacimiento, empieza a regir un año de acompañamiento a la experiencia, con licencia, con cuidado sanitario y con su blindado salario. Un año para enamorarse, que de ser necesario puede duplicarse, sin riesgo a perder el empleo en manos de ningún CEO. ¿Desgracias? ¿O democracias liberales? Si por cuestiones materiales o laborales, esa mujer decidiera trabajar, el padre podría tomar su licencia por paternidad, con las mismas garantías de inmunidad. Pero además, sus derechos civiles incluyen círculos infantiles abiertos de 6 a 19, para cuidarlos por si ninguno puede, porque a contraluz del sistema padre que te rebaja a toda hora, Cuba saluda a la madre trabajadora, desfondando a los televisores y sus contenidos, hasta la última gota. Y si no, miren a Julita relatando los mejores partidos de «pelota», tras ganar el combate sin bate por un cacho de siembra sobre el espectador.

 

Ni por macho, ni por hembra, por mejor.

 

Bajo la ternura que llaman dictadura los cerebros de mano dura, todas las niñas salen de los colegios defendiendo sus propios privilegios, hijo mío, con su instrucción, su reto, su poder y su llave, porque «faltarle el respeto a una mujer representa una falta grave». Pero por favor, señoritas, tengan pudor y alarguen sus polleritas. ¿Cortas? No, recontra cortitas. Y mire qué mal, usted, ¡una oficial con medias de red! No, ésa no, todas las oficiales tienen medias iguales… Pero nada, chabón, por alguna razón que nadie nos cuenta, a ninguno se le ocurre buscar en la vestimenta la justificación para una violación. Y si alguno osa intentarlo, la Justicia osará juzgarlo con la voz de una mujer, «que seguramente sabrá bien qué hacer», porque las juezas son mayorías, mal que les pese a las cabezas de las whiskerías. Pero qué raro, ¡hay jineteras! Claro, hay jineteras como en todas las carreteras del turismo o en cada atajo del capital, pero guarda con el cinismo, porque tienen otro trabajo, una obra social y una honrosa jubilación…

 

Ninguna trabaja de cosa, para ningún canal de televisión.

Todavía queda mucho, mucho, mucho por andar para llegar a la igualdad de verdad, en la isla y en cada rincón del planeta, pero la meta se asoma a la utopía, cuando se toma una conquista. ¿O creían que era broma la tiranía de Batista? Pues cuesta imaginarte la puesta, sin arte, ni teatro, cuando pensás que apenas había cuatro actividades laborales permitidas para las mujeres oprimidas: costureras, criadas, lavanderas o tabaqueras, no podían ocupar otro papel. Y en eso llegó Fidel, para poner las cosas en su lugar: hoy comparten por igual, la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y la tabla de lavar. Y la Asamblea Provincial. Y los trabajos agrícolas. Y la Asamblea Municipal. Y las obras de construcción. Y la Asamblea barrial. Y la Mesa Redonda de televisión, en el horario central de Cuba Visión, donde todos los lunes emiten un programón de ningún degenerado, para bajarle los calzones a las tristes versiones del patriarcado y su porvenir, ante la más tenebrosa globalización materialista…

No hay cosa más poderosa,
que parir una revolución feminista.

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