10 mayo, 2017
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¡Nos mataron a Francisco!

*Por la asamblea poderosa de El Martillo, Mar del Plata.

 

Con el dolor sin haber llorado y el horror sin haber cesado, la garganta rabiosa de todo un barrio teclea frenética para desarmar esa virtual asociación ilícita entre la policía y los medios de comunicación, que liberó la zona para que pueda morir otro pibe, a espaldas de los estudios de televisión.

 


El 7 de mayo, a las 19, una bala perdida impactó en la cabeza de Francisco, un pibe de quince años de nuestro barrio El Martillo. Otro nene, como Kevin Molina, y como todos los que perdimos por decisión de un Estado cuyas fuerzas de seguridad no están para cuidarnos.

 

Pero las balas siguieron, y nosotros llamamos más de sesenta veces al 911.

 

Sesenta llamadas, con las voces encendidas.

 

¿Cómo reaccionó la policía marplatense? Envió a dos patrulleros, que circularon por la calle durante dos minutos.

 

Dos patrulleros, con las luces apagadas.

 

Se fueron y no volvieron. Como no va a volver Francisco, con su picardía habitual, a manotearnos un pan por la ventana del merendero, para que lo retemos y entonces, sí, lleve una panera a la mesa.

 
Mientras Fran estaba aún en el hospital, comenzó a andar la otra pata de la impunidad: como “ya no era un niño” para la prensa que aún brama por la baja de la edad de imputabilidad, hoy celebran “la muerte de un narco, en un ajuste de cuentas”.

 

¿Y nosotros qué tenemos para decir ante esa versión inventada, cuyo único sustento es la estigmatización? Que cursaba el secundario, que participaba de la escuelita de fútbol, que como 5 era un crack, que tocaba el redoblante en la murga Los Únicos, que lo hacía sonar hasta el cielo, que estaba de novio, que soñaba con el amor y la larga vida. Que sus ojitos de pícaro hablaban por él, que era capaz de sacarte una sonrisa en la peor de las calenturas.

 

¿Cómo será ya no verte, no escucharte en la murga? ¿Cómo será?

 
No queremos saber, no lo queremos creer.

 

Y tampoco queremos callar.

 

Por eso, vamos a gritar y gritar, hasta que llegue la justicia de la mano de un control popular a las fuerzas de seguridad, a nuestro barrio. Y vamos a gritar, hasta desbaratar a esa banda que permanece impune: la de las fuerzas de inseguridad, que están para hacer efectivo el poder discursivo que ejercen los medios de comunicación, cada vez que liberan una zona o sacan los palos de la represión.

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