28 junio, 2017
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¡Hallamos voces en las Malvinas!

No saben lo que son, posta, no saben lo que son. De bonitas, de sesgadas, de imponentes, de fresquitas, de minadas, de calientes. No saben y no sabemos, porque nos quieren sellar el documento y nosotros no queremos, mientras le niegan al cinismo su propio colonialismo. Total, ¡acá no existe el periodismo! Ni ése que criticamos, ni ése que reivindicamos, ni la investigación que parece independiente, ni la opinión de ningún militante: la única publicación vigente obedece al gobernante que mandaron para aquí, un gran lord desconocido como persona…

 

Democráticamente elegido,
sí, por la Corona.

 

Good show, para botón, basta una muestra, pero tal vez podamos sumar alguna visión a la nuestra, si hurgamos en los sueños de muchísimos isleños e inmigrantes que también podrían llamarse «sin voz», desde mucho antes de 1982. Bajo tenues luces y picos nevados, entre las cruces de 649 chicos asesinados, 2300 hombres y mujeres llevan sus nombres, sus quehaceres y sus emblemas, sobre una tensa calma heredada; una vida sin problemas, con el alma automatizada. No hay teatro, no hay mezquitas, no hay canal, no hay psiquiatra.

 

774 islitas en total,
sin un solo pediatra.

 

Todos los médicos que vienen son generales, no tienen especialistas en los hospitales y por lo bajo ya se cuestiona el privilegio de no pagar el colegio, porque te haya ido como te haya ido, a los 15 te mandan al Reino Unido, donde la conducción real te tira una pala, porque «tu formación inicial ha sido mala». ¿Y por qué no se quejan? Porque no los dejan. ¡Están acomodados! Más bien anestesiados. «Pero no los sobres, porque votaron a favor del imperialismo», sí, por lo mismo que tantos pobres votaron al macrismo. Y por lo mismo que se podría ver gentil cualquier tipo de cretino, llamando a las elecciones desde un taller textil clandestino…

 

Las opciones no suelen ser tan buenas,
para quien deja de comer, si rompe las cadenas.

 

Ahora, si realmente queremos descolonizar urgente, no queda otra que avanzar lenta y culturalmente, porque por supuesto hay un sentimiento honesto de empatía que no pasa solamente por la economía, con esos usurpadores que tan bien se han presentado como «protectores», ante cientos de familias históricamente abandonadas en estas armaduras congeladas que debieron afrontar dictaduras importadas, mirando a los ojos de la guerra mediante los anteojos de Inglaterra, desde una cama de fierro, frente a la corriente continental del miedo y las promesas del destino sobre el bidet…

 

Sobrevivientes de una Dama de Hierro,
del Teniente General en pedo y del asesino Pinochet.

 

Suena siniestro, pero este lugar empezó a «crecer» cuando dijeron «esto es nuestro». Por entonces no había televisión y ahora no hay desocupación, porque acá nadie se recibe de ingeniero, pero todos pueden comprar sus alimentos, ¿entendés? Un carpintero gana 2600 dólares por mes. Aislados de utopías, administran varios empleos y un temor que no los deja mover: pasaron 74 días, pensando que los bombardeos terminaban al amanecer. ¿Cómo no van a ser huraños? Deben renovar la visa todos los fucking años y, por ende, portarse requetebien, para su propio criterio y para el criterio del imperio también.

 

La monotonía los adormece, la soberanía les arde.
Y la luz del día se desvanece a las 5 de la tarde.

 

No saben lo que son, posta, no saben lo que son. No conocen los hurtos, ni tampoco el abrazo, porque habitan otra matriz y porque nadie le roba a nadie, acá donde han robado un pedazo de país. Todo resplandeciente, pero se hace difícil toparse con la gente y mucho más con sus besos. Tienen una cárcel que alberga 6 presos, libres de humillaciones: mañana los pueden ver, cuando salgan a barrer los callejones. Ni gritos, ni vedas, ni papelitos en las veredas. Se van al supermercado, sin revisar si el portón quedó cerrado y, al bajar, dejan el auto abierto. Ni siquiera tienen scanner en el aeropuerto. ¿Y qué onda ese obrero que parece tan extasiado?

 

Acaba de perder un monto de dinero importante:
se lo hicieron saber por altoparlante.

 

Pues entonces, ¿qué carajo hacemos? Nos juntamos por abajo y después vemos. Por lo pronto, ya sembramos la idea de formar una asamblea con hermanos de países latinoamericanos y un par de isleños que prefieren vivir sin dueños, no para definir la soberanía, sino para vivir mejor cada día, levantando el suelo de la participación y rompiendo ese anzuelo de la incomunicación. ¿Podremos? No saben y no sabemos, pero nos prometimos que construiríamos organización en cada rincón, a toda hora, bajo esa maldita manta del bien que acalla tantas esquinas argentinas…

 

Desde ahora,
grita La Garganta,
también desde las Islas Malvinas.

 

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