Ahora, sí, de nuevo, este sábado, a la 1.30 de la mañana, en Zavaleta, otra vez. De laburar, volvían sus hermanos. De laburar, todo el día. De laburar, en una obra de construcción. Al regresar a Zavaleta en la camioneta de la familia, vieron un hombre armado y aceleraron las últimas dos cuadras, sobre la calle Kevin, para llegar hasta su casa. «Todos contra la pared», gritó el prefecto que los recibió, otro que no gritó nada cuando mataron al enano, en ese tiroteo que duró más de tres horas, con 105 disparos de uzi y de fal, a pocos metros de dos garitas. Justo ahí, los esperaban esta vez a sus cinco hermanos. «Yo sólo vengo de trabajar», intentó decirles Ariel, de 17 años, cuando lo empujaron contra el portón. Y llegaron más prefectos. «No pueden hacer eso, es menor», intentó recordarles Federico, cuando le pegaron una piña más, en las costillas, «donde no deja marcas». Y llegaron más prefectos. «Basta», intentó gritarles Priscila, de 15, cuando le metieron un cachetazo, sí, a su hermanita.
Y llegaron más prefectos.
Para cuando los padres de Kevin salieron de su casa, alertados por los gritos de muchos vecinos, el grupo de tareas ya juntaba «más de 50 tipos» y Ariel estaba agarrado del cuello, «pero acá nadie vio nada, eh». Y se fueron algunos prefectos. Su mamá no entendía qué pasaba, justo ahí, en el mismo pasillo por donde debió acarrear el cuerpo de Kevin, cuando la dejaron abandonada sus patrulleros y sus ambulancias. «Ustedes están locos, ¿qué carajo están haciendo?», intentó preguntarles Roxana, cuando dispararon al cielo con un arma larga. Y se fueron más prefectos. «Dejen a mi mamá», intentó rogarles Azul, que tiene 9 años, mientras veía cómo levantaban el casquillo. Y se fueron todos los prefectos.
Ninguno estaba identificado.
No fue noticia y seguramente tampoco será justicia, pero hoy nos toca denunciar otra vez lo mismo, una zona liberada por el Estado, los jueces y el periodismo, donde el único procesado por el crimen del enano sigue ejerciendo su actividad y sus propios secuaces nos dan clases de impunidad, para que «aprendan de buenos o malos modos» quiénes son los que tienen el mando…
Pueden matarnos a todos.
Vamos a seguir gritando.