* Por Olga Núñez,
hermana de Marco,
ahorcado por el Estado,
bajo el silencio penitenciario.
A un año, el dolor se multiplica porque sigo sin saber qué pasó. ¿Se mató porque no soportaba la vida infrahumana adentro de la cárcel? ¿O lo mataron? Desde la noche del 12 de noviembre de 2016, no pienso en otra cosa. Nos avisaron que Marco se había peleado, que le hicieron varias curaciones en el Hospital Penitenciario, que lo llevaron a una celda de castigo… ¿Y después? “Se ahorcó”. Así, en crudo, sin prólogos. Como si no valiéramos nada. Para ellos, «uno menos» en el Penal de Ezeiza. Para nosotros, un irremplazable que nos arrancan, lleno de proyectos para la Villa 20, proyectos que daban vida. ¿Por qué se suicidaría, a una semana de salir en libertad? Ahora y siempre, en segundo plano, a las sombras de otros…
No mataron a mi hermano,
nos mataron a todos nosotros.
Para colmo, en ese mismo Penal nos sometieron a una tortura permanente. Nunca voy a perdonar el verdugueo que recibimos al retirar sus pertenencias, ni cada letra derramada sobre los cuadernos donde lloraba ese infierno. Sólo nos dieron las tapas… Sobran los indicios para investigar al personal penitenciario que estaba de turno entonces, 5 policías de distintos rangos, perfectamente identificados. Sin embargo, la causa sigue caratulada como «muerte dudosa» y avanza muy lentamente, porque nos dicen que así son los tiempos de la Justicia, mientras lavan las pruebas entre gatillos fáciles y palabras difíciles.
Muy bien, ya entendí, ya entendió, ya entendimos: los pobres no tenemos derecho ni a la noticia, porque la vida en la villa, como la muerte en la prisión, no vale nada para los dueños de la Justicia y de la televisión. ¿Pero saben qué? También entendí otra cosa, que todos juntos tenemos una garganta poderosa para visibilizar y desnaturalizar tantos suicidios presentados como «destinos» y argumentados «porque sí», cuando no hay una faca, ni un informe, ni una alarma que permita explicar el final…
Sus asesinos están ahí,
con uniforme y arma legal.