31 enero, 2018
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Silencio, hospital

 
Ahora, resistiendo entre camillas y mantas, nuestras villas vienen abriendo 122 gargantas, hallando, tomando y extirpando la voz, desde la más convaleciente esperanza, pero evidentemente no alcanza. Gritos urgentes y médicos pacientes a la deriva, con todas sus trayectorias entubadas, en esta terapia intensiva de coartadas que circulan en las redes, mientras otros cargan el ataúd con la salud de nosotros y ustedes. Luche, consulte con sus doctores, revisese la masa salarial, contrólese las amígdalas silenciadas, ¡escuche a los trabajadores del Hospital Posadas! Y haga circular este medicamento: el terror se basa en el vaciamiento.



Karina Almirón,
médica especialista en inmunohistoquímica:

«Hasta mediados de mes, yo trabajaba todos los días en el Posadas decidiendo qué tratamiento debe realizarse cada paciente con cáncer y diagnosticando enfermedades difíciles de detectar. Hoy, a pesar de ser la única capacitada para esa función, estoy despedida… Si bien fui contratada hace 15 años, hasta hoy me mantuvieron en esa condición, porque desde 1994 no hubo ningún pase a planta permanente. De hecho, nos están despidiendo sin telegrama, sin aviso ni anticipación, por una orden de Presidencia de la Nación, que también dispuso estos extraordinarios niveles de militarización. Por eso, queremos decirles acá que no somos delincuentes: somos trabajadores de la salud, peleando por nuestros puestos y, sobre todo, por nuestros pacientes. La salud del pueblo corre peligro. Estamos decididos a luchar por la reincorporación de las 122 compañeras y compañeros despedidos, como así también por aquellos que corran con la misma suerte con los contratos a vencer. Paramos y movilizamos, sabiendo que será largo, pero estamos acompañados: ¡Queremos a todos los trabajadores reincorporados!

 


Mabel Villagrán,
enfermera de oncología pediátrica:

«Laburo acá desde hace 16 años y hoy me toca informarles que todos los despedidos del Posadas pertenecemos a las áreas que cerraron, como terapia intensiva infantil, servicio de hemato-oncología pediátrica, cuidados crónicos y la guardia de pediatría. Pero aún así, al finalizar la asamblea del último viernes, cuando quisimos subir al tercer piso para hablar con los directivos, ellos se negaron, ni siquiera nos quisieron atender. Muy rápidamente el hospital se llenó de Policía Federal y mientras nosotros seguíamos esperando que las autoridades nos tomaran como trabajadores, no como saboteadores, llegó la Gendarmería también… Jamás pensé que podíamos llegar a esto».


Mirta Jaime,
enfermera de terapia intensiva infantil:

«Con un convenio precario, como el 85% de mis compañeros, trabajé 18 años en el área. Víctimas de aquellos contratos basura que no fueron regularizados, ahora nos echan con toda la facilidad del mundo, como si uno no hubiera invertido dos décadas de máxima dedicación, con el máximo profesionalismo. A lo largo de tanto tiempo, es cierto, hubo algunas mejoras en la salud pública, pero siempre sufrimos la falta de insumos y la escasez de personal, porque nunca nos miraron a nosotros: los trabajadores. Y ésa es la gran deuda que tiene la clase política. Los despidos afectaron a diferentes áreas estratégicas: terapia intensiva, unidad coronaria y neonatología. ¿Entienden? Hay pacientes internados, expuestos al deterioro de su salud».

 


Fátima Bution,
enfermera de pediatría:

«Tengo un contrato fijo y, por mis 3 años de antigüedad, tendría que estar pasando a planta permanente, en vez de ser despedida, como todo el personal de los sectores que han sido desmantelados por completo. Si bien podía vislumbrarse esta posibilidad, nunca jamás imaginamos semejante despliegue de las Fuerzas de Seguridad. Fue muy violento, muy. Fuimos reprimidos junto a muchísimos compañeros de los gremios, que nos estaban defendiendo como corresponde. A cambio de nuestro compromiso cotidiano, recibimos los despidos masivos como final de una crónica anunciada, porque se nota demasiado la voluntad de vaciar la salud pública. Y eso se hace así, despidiendo laburantes, abandonando la suerte de los pacientes, avasallando derechos… Hay que resistir».

 


 


Rosa Martínez,
enfermera de neonatología y terapia natal:

«Trabajo en zona de riesgo, desde las 21 hasta las 7 de la mañana, hace 13 años. Y hace siete meses que nos juntamos en asambleas permanentes, pero siempre cumpliendo nuestro horario. Nos cansamos de reclamar ante las diferentes situaciones de atropello y frente a la carencia que afecta el día a día de los pacientes. Pero aun así, como nuestros reclamos siempre fueron lógicos, nunca creíamos que llegaríamos a estas instancias de violencia por parte del Estado, el mismo Estado que debería garantizar una salud pública de calidad. Nos tratan como esclavos, pero deben tener claro que somos seres humanos, trabajando con otros seres humanos, que a veces son bebés. Es todo muy triste. Y necesitamos difusión. Hace 7 meses que no cobramos y esto recién es el principio, porque tienen la voluntad de seguir despidiendo trabajadores. Hay un segundo grupo en las mismas condiciones contractuales que será afectado en marzo, con 120 despidos más».

 


Fabián Ernesto Esquite,
enfermero de hemato-oncología:

«Llevo 20 años en el Posadas y no, jamás imaginé que llegaría a ser despedido, ni reprimido por semejante dispositivo policial. Yo laburaba bajo régimen contractual y, por mi antigüedad, ya debía estar en planta permanente. Pero eso nunca sucedió. Y ahora que me rajaron, no sé qué hacer. Justo cuando me habían aumentado las horas de trabajo, decidieron echarme, ¡por eso mismo! De una, judicializamos el conflicto y lo ganamos, pero el hospital nunca acató el mandato de la Justicia. Y sí, da muchísima bronca, porque nadie da la cara: a Jorge Palmieri, el director del hospital, ni siquiera lo conozco. Nunca tuvo relación con el personal».

 


María Isabel Vanegas,
enfermera de hematología y oncología para adultos:

«Hace 13 años que trabajo acá, habitando una realidad difícil que atraviesa a muchos otros hospitales públicos también. A veces nos quedamos sin insumos o somos pocos profesionales, pero se sostiene la demanda a fuerza de sacrificio. Es un laburo, sí, pero también es mi casa: vivo acá, es parte de mí. Por eso me duele tanto que nos rescindan el contrato, como si fuéramos descartables. Hoy somos varios los que, con algunos años de más, ya no conseguiremos trabajo en otra parte, pero encima los contratos chatarra que teníamos nos dejan en la calle sin indemnización. Es inhumano todo lo que sufrimos. Y para colmo quieren intimidarnos con la Policía Federal, a nosotros, los médicos de un hospital».