30 mayo, 2018
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Nuestro control de seguridad: La realidad tapada con cartón

*Por María Angeles, mamá de Bernardo de 20 años, víctima de violencia policial en Lincoln.

 

Desde el domingo 20 de mayo no volví a sonreír, cuando encontré a mi hijo golpeado y embarrado. No entendía qué le había pasado, si lo último que había visto era a Bernardo yéndose al boliche como todos los sábados.

 

Pudo explicarme con el poco aliento que le quedaba que dentro del boliche hubo un mal entendido entre varios pibes, por lo que decidieron salir. Afuera estaba la policía local, que se encargó de dispersar el tumulto con gas pimienta; mi hijo lo recibió en la cara, y se sacó la remera para cubrirse los ojos que le ardían mucho. Casi a ciegas, salió del disturbio, recorrió unos metros por un barrio en las afueras de la ciudad gritando y pidiendo ayuda; un hombre lo escuchó y al ver las condiciones en las que estaba, llamó a la policía. ¿Quién hubiera pensado que ellos, los que tienen que cuidar de mi hijo, me lo iban a devolver de tal forma?

 

Lo interceptaron a unos metros de allí, uno de los efectivos le torció el brazo. Quisiera haber sido yo quien estaba a su lado y abrazarlo, no ese policía que, cuando el móvil empezó a circular, lo golpeó, no paró de insultarlo y amenazarlo con que lo iban a matar. Si mi hijo solo fue a bailar, ¿por qué lo golpearon tanto con la punta de la cachiporra?
Ellos sí sabían cómo pegar para que no le queden hematomas. Lo cubrieron con cartón para volcar todas sus fuerzas sobre el cuerpo de Bernardo, tirándolo desvanecido en un zanjón de la ruta y dejándolo solo. Sus ojos, aún ardían, pero a lo lejos logró distinguir las luces de la rotonda y orientarse. Con las pocas fuerzas que le quedaban, empezó a caminar. Ya habían pasado dos horas desde el mal entendido en el boliche, y tuvo la suerte de que un joven que viajaba por la ruta lo auxilió, le dió su camisa y lo llevó a la ciudad.

 

Ya eran las ocho de la mañana cuando vi a mi hijo que volvía todo golpeado, mojado, en condiciones que me duelen recordar. Me contó lo que había pasado, y así como estaba, entre  lágrimas, bronca e impotencia lo cargué en mi moto y no dudé en llevarlo a hacer la denuncia. Dentro de la comisaría les dije a los policías “así me lo dejaron ustedes, me lo quisieron matar” y el oficial a cargo lo único que hizo fue decir “mi gente no hace eso, pongo las manos en el fuego por ellos”. No nos tomaron la denuncia ni tampoco se identificaron; cuando estábamos en casa Bernardo me decía que se sentía mal, lo bañé y lo llevé al hospital, en los registros del nosocomio quedó asentado la cantidad de hematomas internos que tiene mi hijo, los cartones no pudieron tapar esos golpes, ni mi boca.

 

El lunes hicimos la denuncia en la Ayudantía Fiscal, quienes pidieron acceso a las cámaras de seguridad y el listado del personal policial de turno de ese fin de semana.

 

Quisiera creer que el fiscal va a hacer todo lo posible hasta llegar a la verdad, porque por más que las fuerzas quieran tapar golpes con cartón, con la verdad no podrán y no voy a parar de gritar hasta que los uniformados paguen por lo que le hicieron a Bernardo.  Gracias a dios, mi gordito fue fuerte y me lo pudo contar.