¿Saben qué pasa, muchachos? La gente los ve ahí paraditos, justo detrás de algún escritorio, perfectamente centrados en la pantalla, siempre súper maquillados y tan bien rodeados de lucecitas que sí, tranquilamente se puede confundir y hasta puede llegar a pensar que hacen periodismo. Quizá por eso, necesitábamos quitarnos esta espina de la garganta, en relación a la barbarie que se vivió en el Congreso, no sólo adentro, donde había tantas cámaras de los canales de aire en vivo, sino también afuera, donde no pudimos cruzarnos con ninguna estrella del circo televisivo. Ni una. Convencidísimas de la data que les pasan los funcionarios invirtiendo sus roles, los conductrolles te cantan la posta en un segundo, mientras relojean el celu que los conecta con el mundo, porque tienen tal compromiso con la posverdad, que nunca tienen tiempo de volver a la realidad.
¿Te pusiste a pensar eso? Olvidate de los cronistas populares que garantizan tus pocos canales de acceso a la información. Y ahora pensá, pero pensá bien eh, repasá cuántos panelistas, conductores de aire o canales de noticias escuchaste la última semana, editorializando sobre los «disturbios», los «enfrentamientos» o las «pérdidas» que tomaron de pretexto, para discutir cualquier cosa menos el presupuesto. Detenete ahí, un toque, un minuto: recordá los buenos, los malos, los copados, los forros, pensá en todos, pero todos los opinólogos que desmenuzaron los hechos y traelos a tu mente, uno a uno, ¿los tenés? Bueno, ahora cazá una birome y andá tachando a todos los que no cubrieron la marcha desde la marcha…
¿Y?
¿Cuántos te quedaron?
No debían salir corriendo a cubrir un imponderable, eh, sólo debían concurrir al Congreso de la Nación, donde se votaría el presupuesto 2019, frente a una movilización anunciada con varias semanas de anticipación. ¿Qué cosa más importante tenían que hacer? Con respeto eh, porque a la casta periodística siempre hay que tratarla con muchísimo respeto, aunque sea esa misma que larga torrentes de mierda sobre cualquier pobre que ponga en riesgo su zona de confort. ¿O no? Si una vecina de la villa cocina para 900 chiquitos con apenas 300 raciones y encima sale a luchar por un poco más de arroz, tenemos «una vaga que cobra por ir a las marchas». Ahora, si un periodista cobra literalmente por ir a las marchas, pero las mira desde su casa comiendo pochoclos, tenemos «un hombre de los medios», ¡de los medios forros! Bien comidos, las empresas los llevan de las narices en sus micros informativos, para que sigan cortando las rutas de la comunicación, como si ahí afuera no estuvieran también sus colegas peleando por el salario que les niegan sus mismos patrones, valiéndose del silencio que fabrican con las palabras que les venden esos cagones. Materia prima, sin valor agregado.
– Ay, ahora resulta que los mensajeros tenemos la culpa de todo.
No, de todo no, ¡pero de mucho sí! Ustedes, que pasan horas, días, meses o vidas enteras adjudicándoles los males de la cotidianeidad a los actores más vulnerables de la sociedad, deben tener algún tipo de responsabilidad por estas coberturas berretas que terminan encubriendo nuestra verdadera desgracia: son escuadrones caretas de la falacia. ¿O hasta cuándo piensan cobrar los palitos que nos comemos nosotros? ¿Hasta cuándo van a trabajar de no trabajar? Se informan por teléfono, hablando con la Policía y los jefes políticos de la Policía, ¡pero qué raro, ninguno les contó de la cacería! Y no sólo tienen el tupé de llamarlo «periodismo independiente», ¡después te quieren contar el conflicto en Medio Oriente!
Mienten, cuando te dicen que les molesta cómo delinquen los extranjeros y la militancia, porque Franco Macri no les molesta y porque Majul no les molesta. Mienten, porque sienten odio de clase. Y miedo de clase también. Atacan, contraatacan y recontraatacan a las víctimas de cualquier represión, porque ellos nunca lo son, ni lo serán. A la próxima tampoco irán. ¿O sí? Pues de haber estado ahí, corriendo de las balas entre compañeras o mangueando un limón para calmar el ardor de los gases, seguro coincidirían nuestras versiones: los que cubrimos las marchas nos conocemos así, compartiendo limones. Y sí, Wiñazki, a vos también intentamos rescatarte, pero te buscamos, te buscamos y no pudimos encontrarte…
¿Saben cuántos datos pasados por alto les hubiéramos podido dar, mientras nosotros recibíamos patadas y ustedes mensajes por celular? A toda esa elite del periodismo farandulero, dinastías enteras de chusmerío servil, ¿nadie les quiere preguntar por qué carajo no van a las marchas, si piensan hacer programas enteros, entrevistando a los voceros de los voceros? Qué dirán, por qué mierda no irán, ¿tendrán miedo? Quizá los asuste tanta gente oscura, pero bueno, que blanqueen su literatura. Porque sí, vos podés temerle a las alturas, pero en ese caso no serás paracaidísta.
Y si te da miedo el pueblo,
¡no seas periodista!
A nosotros nunca se nos hubiera ocurrido hacer un programa sobre desfiles de moda, porque nunca fuimos a uno. Y ustedes, en cambio, hablan a diario de marchas que no pisaron, de personas que no conocen o de villas que nunca vieron, ni por el Google map. Porque sí, Patricia Bullrich tiene muchos efectivos que no usan identificación, en la villa, en las marchas y en los medios de comunicación. Pero ya ni siquiera estamos pidiéndoles que pisen el barro: al menos pisen la 9 de Julio y dejen de mirar la tele, para informar a otros que miran la tele. O por lo menos eviten mandarnos a laburar, ¡mientras investigan adentro del celular! Absolutamente toda la prensa que a posteriori ocultó, minimizó o negó la razzia de la Policía por el microcentro, un día laboral, en horario pico, justito justito justito había tenido algún tipo de problemita que le impidió cubrir la movilización o mover el culo del sillón: todos esos que viste tirando bosta o cantando la posta con tanta convicción, ¡también lo estaban mirando por televisión!
Una ganga, tomarse unos tragos, comentar los estragos y echarse a difamar…
Alta manga de vagos, ¡vayan a laburar!