Del otro lado del charco, las pibas y los pibes también se levantan en defensa de la educación pública. Desde hace semanas, las gurisas y gurises (para decirlo en uruguayo) andan activando múltiples medidas de lucha contra la reforma educativa que quiere imponer el presidente Luis Lacalle y el recorte presupuestario que proyecta su gobierno neoliberal.
Tomas de escuelas y facultades, paros activos, clases abiertas, volanteadas, movilizaciones… y nada. Siguen sin escucharles. Por eso, este miércoles decidieron ocupar el Ministerio de Educación “luego de varias instancias de diálogo y sin ningún resultado”. Les estudiantes exigen una mesa de negociación con las autoridades “para discutir los términos de la reforma educativa, así como otros asuntos vinculados al presupuesto, los problemas edilicios y las vacantes”.
La respuesta oficial fue de manual: desalojo policial y criminalización. El ministro de Educación, Pablo Da Silveira, calificó la protesta como “un atropello a los derechos y libertades de todos”. Un “todos” que excluye a la comunidad educativa. Da Silveira es profesor en la Universidad Católica y escribió un libro que se llama “La segunda reforma” en el que menosprecia abiertamente la educación pública. Algo así como la Soledad Acuña charrúa.
Pero el estudiantado no está solo. Los gremios docentes también resisten, con marchas y huelgas, a esta reforma impuesta desde arriba a la que tampoco fueron invitados a debatir. Una reforma que consideran “regresiva” y que “baja la calidad de la enseñanza”. Además, denuncian “la persecución y judicialización” que viven los docentes, un recorte presupuestal en educación de 150 millones de dólares y una rebaja de los fondos para la Universidad de la República (Udelar).
Aunque no le guste a Lacalle, la gurisada seguirá en la calle, poniéndole un freno a las políticas neoliberales y agitando el clásico grito de que “la educación del pueblo no se vende, se defiende”.