29 junio, 2017
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“Esto recién empieza”

 

* Por Angélica Urquiza,
madre de “Kiki” Lezcano.

 

Cómo hago, dígame su señoría cómo, para gritar sin llorar, si esta sentencia ya me sentenció. A mí, sí, a mí, que luché durante 8 años para llegar a este juicio, sin pensar que sería testigo de semejante arbitrariedad, tres jueces al servicio de una impunidad que me perfora los huesos. Dígame usted, Inés Cantisani, ¿cómo hago para compartir la fila del supermercado con el policía que mató a mi hijo? Y usted también dígame, Gustavo González Ferrari, ¿cómo hago para caminar frente a la comisaría que lo encubrió? O mejor dígame usted, María Cristina Bértola, ¿cómo hago para confiar en una Justicia que primero entierra a Kiki como NN y ahora declara inocente al tipo que lo «fusiló», según las pericias? Ustedes no son inoperantes, ni poco idóneos, ni cobardes, ¡son la hipocresía del Poder Judicial!

 

Lo mató la Policía.
Y ahora lo remató un tribunal.

 

La absolución fue un golpe durísimo, que nos deja tirados a sus familiares, en pedacitos, porque yo sí tenía fe, realmente guardaba la esperanza de llegar a este juicio para conseguir un poco de paz entre tanto sufrimiento. No quería romper nada, no deseaba venganza, no intentaba pegarle a nadie: sólo buscaba que las instituciones del Estado se expidieran con la verdad, ¿entienden? No me sacaron un adornito, ¡se llevaron a mi hijo de 17 años! Y sí, claro que sentí todos estos meses ese maltrato de una Justicia clasista, que vive mirando para el costado, cuando no cierra los ojos…

 

Para clavar otro puñal entre los miedos,
para no ver la sangre que chorrea por sus dedos.

 

Tuve que oír al asesino, tuve que hacerlo y lo hice, sin odio, pero con toda la rabia que me da saber cómo los ejecutó. No lo digo yo, ¡lo dijo el perito forense! «A Jonathan le apoyó el arma en la cabeza y lo fusiló, mientras que a Ezequiel le disparó dos tiros a la altura de las cejas». Por suerte, hay una impunidad que no depende de ustedes, ni permitiremos nosotros: en la calle o entre rejas, Santiago Veyga deberá pagar la cadena perpetua de su condena social. Por eso, debieron llevárselo custodiado, protegido, a resguardo de ninguna violencia. ¿Y entonces de qué?

 

De mis ojos,
de su conciencia.

 

Ojalá fuera el único condenado, pero no. Acá estoy yo, condenada también a la reclusión eterna del dolor, sin más consuelo que los abrazos de mis otros siete hijos, para soportar una pena que no tiene fin. Aquel 8 de julio de 2009, Kiki me parió a mí, me dio a luz como luchadora. Y entonces hoy mi tiempo ya no es mío, sino de los Kikis y las Kikis. A pesar de todo, voy a seguir peleando contra la impunidad y acompañando a otras víctimas de las Fuerzas de Seguridad que no pueden gritar, porque fueron asesinadas con guantes, enterradas por la prensa amarilla y rematadas por cualquier juez inhumano.

 

No debieron subestimar así,
a dos gigantes de Villa Lugano.

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