31 diciembre, 2018
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Con un nudo en La Garganta, felices fiestas

 
 
* Por Jonathan, interno de la unidad penitenciaria número 15 de Batán, Mar del Plata.
 
 
Diciembre: poco importa pero mucho vale, un mes donde las cicatrices se abren y vuelven a sangrar, un mes donde los sentimientos se encuentran se asocian y piden salir a gritos de los corazones de cada uno de nosotros “los marginados”, “los presos” o “los mal vivientes” como nos titulan en esta sociedad, sin saber, sin entender que tenemos sentimientos, que a pesar de los errores que cometimos algunos, ya no queremos estar acá y mucho menos volver a venir, solamente queremos estar con nuestras familias, poder trabajar y seguir una carrera universitaria o simplemente queremos ser felices.
 
 
24 de diciembre 4 am: renegando con el encargado del servicio penitenciario de turno para que saque los candados y poder ir a bañarnos para que a las 6 am entre la visita, o porque no dejan entrar a un familiar, porque tienen un pantalón o una remera de color negro. Al final vamos sólo algunos, los otros se quedan tristes porque no tienen quién los venga a ver o porque la situación económica está mal y porque viven lejos. Los familiares están desde las 2 o 3 de la mañana esperando para ver a sus seres queridos, cargados de mercadería, carne, postres y regalos.
 
 
Horario de visita: la familia o los que pudieron venir, están en la mesa con una mezcla de tristeza, amargura y alegría pero todos ponen la mejor cara o tratan de hacerlo. Los nenes se la pasan corriendo y jugando, en su mundo de fantasía en el “trabajo” de papá o del hermano o del tío.
 
 
Desayunamos, yogurt para los nenes, mate o café para los grandes, galletitas, media lunas, cigarrillos y droga, mucha droga, quizás para algunos sea un vicio, para otros la forma de olvidarse por un rato de los problemas y de esta cruda verdad que vivimos día a día. Risas van, risas vienen, mientras tanto el llanto está en la garganta y en la puerta de las pupilas.
 
 
Asado al horno para comer con la familia, se brinda con jugo, algunos toman pastillas otros fuman porro, otros toman falopa, otros no se drogan y cada cual en la suya. Hasta que la policía grita: “TERMINADA LA VISITA”.
 
 
Empieza el dolor en el corazón y gana la angustia, la desesperación, las ganas de salir corriendo y cruzar esos muros, saltarlos, irse con la familia pero ¡no!, al final hay que despedirse. Un beso, un abrazo y lágrimas sólo lágrimas. 
 
 
Otra vez al pabellón, a la rutina: requisa, engrillados, etcétera. Se abren las rejas, lleno de caras de amargura. Aprovechamos las fiestas para pensar en cambiar para tener una mejor vida y que el próximo año sea mejor que el anterior y proyectar algo positivo y cambiar de mentalidad.
 
 
8 de la noche: comemos, llamamos a nuestras familias para cenar por videollamada, una media hora y después cortamos para no molestar, porque eso sentimos ¡que molestamos! Tratamos de distraernos hasta que llegan las 12 de la noche: video llamada, los que podemos, otros usan el teléfono de la unidad penitenciaria, otros no tienen ni siquiera para llamar. Los que podemos llamamos y brindamos, tratamos de poner la mejor cara, saludamos a uno por uno de nuestros familiares y cortamos. Cortamos ese teléfono y volvemos a esta realidad.
 
 
Música y a recordar la última fiesta que pasé en libertad, con toda mi familia, aunque alguien siempre falta la pasamos re bien. Jugando con los nenes, ¡me sentía que tenía 6 años! Mis sobrinitos, mis primos y yo, que a la altura de ellos era un niño más. La perra que asustada por los cohetes la metía en mi habitación.
 
 
31 de diciembre, cumpleaños de mi abuela: torta, rosas, regalos, familia y mucho amor. La mimé más que a mi vida, la llenaba de besos, de caricias y abrazos. Mis hermanas y hermanos, los amores de mi vida, mi mamá, mi papá, estábamos todos, ¡mucho amor, mucha paz! Pero acá estamos, encerrados: música y a dormir esperando que todo haya sido un sueño y poder despertarme en casa con el amor de mi familia.
 
 

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