* Por María José Vera, Marisa Píriz, Natalia Suárez Elizabeth Olivera y Yanina Vázquez, vecinas del barrio Chacarita Los Padres.
Todos los inviernos es lo mismo: hace un mes tuvimos otra inundación, aunque no tan grande como la del último lunes 29 de junio. En el sector en el que estamos, hay 100 familias de las que, por lo menos, 90 sufrieron inundaciones. En casas a las que nunca les había entrado agua, llegaba a las rodillas y, en las que están sobre el arroyo, superó por mucho el metro. Desde que hicieron el puente es peor: el cauce ahora es más chico que el que está sobre Camino Maldonado, entonces el agua desborda.
El recolector no pasa, ni nos vienen a sacar la basura de las volquetas; es un nido constante de ratas. La conexión eléctrica es informal hecha por las vecinas y vecinos. Con la inundación, los cables quedaron en medio del agua y saltaban chispas para todos lados; ¡de casualidad nadie quedó electrocutado!
Este barrio está lleno de niñas y niños que tienen que crecer normalizando estas situaciones: escuchan la lluvia y empiezan a juntar los zapatos. Se criaron así, con miedo. En la última inundación, un chiquilín de 14 años vio cómo la corriente arrastraba lo que creía que era un perrito y, cuando lo fue a sacar, ¡era una nena de tres años! Por suerte la pudieron salvar.
Desde la última inundación, todavía hay gurises que no están acá, porque las casas están inhabitables, ni siquiera tenían ropa seca para cambiarse. La Intendencia mandó 300 colchones que tardaron 10 días en llegar; a esto se suma la gente que duerme en el piso, en colchones forrados con nylon porque aún sigue todo mojado y los mayores se tienen que quedar a cuidar las pertenencias. Para peor, algunas familias tenemos niñas con enfermedades respiratorias y discapacidades.
Lo que entra a nuestras casas es agua y basura de los arroyos más contaminados del país y de los pozos negros, porque no tenemos saneamiento. Siempre nos recuperamos solos: desde la inundación, estamos haciendo una olla popular y también tenemos un merendero. Las vecinas y vecinos aportan lo poco que tienen para que entre todas y todos podamos acceder a un plato de comida.
Desde hace tres años esperamos que se haga efectivo el realojo porque ante cada lluvia está en riesgo nuestra vida.