De bizcochos, mate cocido y ronda de amigos, arrancaba la cuarta jornada de Fútbol Popular. Corrían de mano en mano los cronogramas del día, que preveían varios encuentros con pelota de por medio, junto a alguna obra de títeres y viajes de aventura a bordo de la narración, desde el ritmo agotador de los malabares hasta el taller de ‘globología’, para inflar sueños que no se pinchen. Pero antes de todo eso, había algo más, una visita más que no anunciaba el programa.
Cuando el desayuno empezaba a acomodarse en la barriga y la adrenalina largaba con su precalentamiento, alguien apareció en San Telmo. Después del reconocimiento de algunos medios al esfuerzo comunitario que le da vida al Fútbol Popular, llegó una nueva palmada de aliento en la espalda del colectivo. “¿Va a venir Goyco?”, preguntó el Coreano, a las 9.30 de la mañana, dejando en evidencia que las palabras introductorias de los entrenadores habían subestimado su olfato deductivo. Que “Sergio Goycochea atajó en un Mundial”, “es amigo de Diego” y “fue el mejor en los penales”, sólo eran comentarios en el desayuno de todos, pero el Coreano ya estaba ansioso. Sentado solo, en un cantero, esperaba la llegada que, para él, era un hecho. “Díganme, a dónde lo tienen”, exigía… Y a las 10.30, ni un minuto más, el “Olé, olé, olé, Goyco, Goyco”, de casi 200 pibes, lo hacía sonreír.
“Lo bueno de esto es encontrarnos, y hacernos amigos, porque el Fútbol Popular nos permite conocer gente con nuestros mismos problemas, para pensar juntos cómo resolverlos y para valorar lo que tenemos”, reflexionó Goyco, ante una ronda bien cerradita, que escuchaba atenta, hasta que se animó a preguntar, como preguntó el Coreano: “Nos falta un arquero, ¿te querés quedar a la jornada?”. La sonrisa del héroe de Italia 90 antepuso la siguiente pregunta, que no apuntaba a descubrir el valor de su pase, ni el nombre de su representante, no. “¿En qué club tuviste los mejores compañeros?”, disparó otra boca, de casi 10 años.
Y así, siguió la conferencia, que por supuesto no terminó sin pasar por Diego, un símbolo de nuestro país y nuestro fútbol. Según Goyco, “un gran tipo, que alcanzó todo en lo deportivo, y que nos demostró también cuánto mal podemos hacernos a nosotros mismos, si caemos en esas trampas que nos ponen en cada esquina”.
Vinieron después las fotos con todos los equipos, hasta la despedida y la ovación. Y entonces sí, con la panza llena y la sonrisa tatuada, se inició la cuarta jornada de fútbol, de toques, de risas. Partidos para todos, en doble turno, almuerzo, merienda, circo, arte, cuentos, goles y abrazos, hasta las cuatro de la tarde.
Los recuerdos con Goyco serán recuadros en el cierre del año, que empieza a darnos forma para seguir soñando un poco más allá. La reunión semanal de los voluntarios, pilar inalterable de nuestra identidad, junto al sudor barrial de los pibes y los adultos que dejan de ser jugadores, para ser equipos, facilitan cada vez más la integración de nuevos compañeros, desde adentro y desde afuera de las canchas, a la lucha colectiva que transforma y seguirá transformando esta realidad. Que se formen, el paco; la discriminación, la violencia, el miedo, la desesperanza; la alienación, la ceguera, la explotación; el hambre; la pobreza y el individualismo, pero que se formen bien parados, porque este plantel tiene mucho más que once jugadores, y no acepta de ningún modo un estadio con tribuna. En nuestra cancha, jugamos todos. Y jamás bajamos los brazos.